Domingo 15 de enero. Matinal para jóvenes “lEl día que no vi la piedra Rosetta”

Domingo 15 de enero. Matinal para jóvenes – “lEl día que no vi la piedra Rosetta”

“Sécase la hierba, marchítase la flor; más la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8).

Era un domingo radiante, diáfano. Ese 13 de mayo de 2012 fue inolvidable. Por la mañana, llegamos a Londres con un grupo de amigos y, pasado el mediodía, empezamos a recorrer la bellísima ciudad. El plan número uno de esa espléndida jornada era recorrer el Museo Británico. Este sitio tiene dos características que lo hacen especial: primero, conserva muchísimos tesoros antiguos (entre ellos, la lamosa piedra Rosetta que se exhibe allí desde 1802): y segundo, algunos días la entrada es gratuita.

Casi sin pensarlo, se nos pasó la tarde caminando por Oxford Street. Las banderas de la Unión Jack que cruzaban la acera, los famosos colectivos rojos de dos pisos, los rostros cosmopolitas con los que me cruzaba y las interesantísimas ofertas de las tiendas comerciales me distrajeron por completo. De repente, noté con apremio que faltaban solo pocos minutos para las 17:00, la hora de cierre del Museo Británico. Lo de la puntualidad inglesa es verdad. Llegué tarde. No me dejaron entrar, más allá de mis estériles argumentos.

Al estudiar su historia, descubrimos que este distinguido sitio cultural abrió sus puertas al público el 15 de enero de 1759. Sin embargo, el 13 de mayo las cerró para mí.

¿Por qué es tan importante la piedra Rosetta? Porque es un fragmento de una antigua estela egipcia con la inscripción de un decreto publicado en Menfis, en 196 a.C. por el faraón Ptolomeo V. El texto aparece en tres lenguas: en jeroglíficos egipcios, en escritura demótica y en griego antiguo. Como presenta, básicamente, el mismo contenido en las tres inscripciones, esta piedra facilitó la clave para entender los jeroglíficos egipcios.

La piedra fue descubierta en 1799 por el soldado Pierre-Frangois Bouchard, y descifrada por Jean-Franqois Champollion, un filólogo francés considerado el padre de la Egiptología. Él dedicó su vida, literalmente, al estudio del antiguo Egipto. El exceso de trabajo, sea en la búsqueda arqueológica o en la traducción, lo condujo a la muerte en 1832. Sufría de diabetes, tisis, gota y parálisis, y tenía enfermos el hígado y un riñón. Un ataque al corazón acabó con su vida. Tenía 41 años. “Soy adicto a Egipto; Egipto lo es todo para mí”, decía de sí mismo.

Hoy pude ser un día histórico. Ten esa sana pasión por la lectura de la Biblia como tenía Champollion por la Egiptología. Es gratis. No te distraigas con las pasajeras cosas que suele ofrecerte la vida posmoderna y pueden llevarte a perder esta oportunidad.

“Tened vuestra Biblia a mano. Leedla cuando tengáis oportunidad; fijad los textos en vuestra memoria. Aun al ir por la calle podéis leer un pasaje y meditar en él hasta que se grabe en la mente” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 255). PA

 

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