Domingo 29 de enero. Matinal jóvenes – Al mejor cazador se le escapa una liebre
“Y movido por el Espíritu, vino al templo” (Lucas 2:27).
Los astrónomos modernos no pueden explicar de qué modo alguien como Callleo, “padre de la astronomía moderna”, pudo haber obviado el hallazgo de algo tan importante como el planeta Neptuno. El descubrimiento de este planeta se adjudica a Johann Gottfried Galle, astrónomo alemán, siguiendo los cálculos e indicaciones de Urbain Le Verrier, el 23 de septiembre de 1846.
La madrugada del 29 de enero de 1613, Galileo registraba en su bitácora científica el extraño movimiento de una “estrella” que había avistado hacía un mes. Sabía mejor que nadie que las estrellas no se mueven y que, en realidad, lo hacen los planetas, que gravitan alrededor del Sol. Por alguna razón incomprensible, Galileo estuvo doscientos años adelantado al descubrimiento real de Neptuno, pero no pudo reconocerlo.
En la Biblia encontramos un caso similar. La presentación de los primogénitos ante el sacerdote estaba destinada, principalmente, a encontrar al Mesías, que vendría como primogénito de una de las madres de Israel. Como siempre, ese día el sacerdote cumplió monótona y mecánicamente sus funciones. Niño tras niño llevaban los padres al Templo, junto con las ofrendas que redimirían al primogénito que, de otra manera, pertenecía al Señor.
Sin saberlo, el primogénito al que todos los demás primogénitos apuntaban desde que se había instaurado esa ceremonia estaba en los brazos del sacerdote. El Mesías en persona, aunque todavía infante, se encontraba ante su presencia. Al igual que Galileo, se suponía que el sacerdote estaba en condiciones de reconocerlo, pero dejó ir a José y a María, con su pequeño, sin siquiera tener un atisbo de comprensión de a quién había recibido (ver Luc. 2:21-24).
El relato bíblico narra que, en esa misma ocasión, un hombre justo y piadoso llamado Simeón se acercó al Templo. Él sí sabía lo que buscaba, porque el mismo Espíritu Santo lo había conducido allí; también le había revelado que conocería al Mesías. Y cuando vio a ese inocente bebé en brazos de Aviaría, no dudó: ese era el bebé prometido desde antaño. Ana, la profetisa, también reconoció al Mesías.
Hasta al mejor cazador se le escapa una liebre; pero hay oportunidades que pasan solo una vez. Las oportunidades espirituales requieren ojos ungidos con colirio para reconocerlas. Como Simeón estaba en “sintonía” con el Espíritu Santo, logró reconocer al Mesías. Supuestamente, el sacerdote debería haber tenido ese mismo discernimiento pero, evidentemente, no había cultivado esa relación con el Espíritu. No salgas hoy sin recibir al Espíritu Santo plenamente en tu vida. Sin él, las oportunidades pueden pasar de largo sin que siquiera las percibas…