Sábado 19 de noviembre. Matinal damas – “Orgullo «santo»”
«¿No es este el hijo del carpintero, y no es María su madre? ¿No es el hermano de Santiago, José, Simón y Judas?» (Mat. 13:55).
“A través del orgullo nos engañamos a nosotros mismos”. Carl Jung
HAY UN CONSENSO generalizado entre los teólogos respecto a que Judas, el autor de la Epístola del Nuevo Testamento que lleva su nombre, era el hermano de crianza de Jesús; hijo de José, aunque no de María (ver Mat. 13:55). Durante la vida de Jesús, este hermano suyo seguramente compartía la actitud incrédula hacia su ministerio que mantenían sus otros hermanos, tal como se refleja en Juan 7: 5: «Ni siquiera sus hermanos creían en él». Sin embargo, en algún momento de su experiencia religiosa, Judas se convirtió, no sabemos cuándo ni cómo, y llegó a ser uno de los dirigentes de la iglesia primitiva, además de que uno de sus escritos pasó a formar parte del canon bíblico. A pesar de ello, Judas se describió a sí mismo al inicio de su Carta como «siervo de Jesucristo»; simple y llanamente. No se aferró a su parentesco con el Señor para aparentar ser más de lo que era ni se dejó vencer por el orgullo.
Hay ciertas circunstancias que casi siempre vienen acompañadas de una gran tentación: el orgullo espiritual. Ser hijas, esposas, hermanas o madres de un dirigente de la iglesia; ser pilares en algún aspecto del progreso de la obra de Dios; ser piezas visibles de alguna institución adventista; hacer «buenas obras»…. Todo esto puede hacernos sentir importantes, mejores o más santas; puede llevarnosa la falsa sensación de que estamos al mando, o de que todo depende de nosotras, en vez de vernos a nosotras mismas como una simple pieza más de este engranaje que se llama iglesia. Si enfrentamos esta tentación del «orgullo santo» haríamos bien en aprender del ejemplo de Judas, el hermano de Jesús. Sobre todo, haríamos bien en recordar que o somos orgullosas, o somos santas; ambas cosas a la vez no pueden darse, son mutuamente excluyentes.
En todos los aspectos de la vida cristiana hemos de ejercer una estricta vigilancia. En este del orgullo, es todavía más imperioso, pues el orgullo es el principio de todos los males, el originador del pecado y el gran enemigo del espíritu de Cristo, que fue manso y humilde de corazón.
Como afirmó Carl Jung, «a través del orgullo nos engañamos a nosotros mismos», creyendo que somos más de lo que somos y que merecemos más de lo que merecemos. A los ojos de Dios somos todos iguales.