Viernes 8 de julio 2016. Matinal damas – Equilibrio… y nada más
«No seas demasiado justo, ni sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte?» (Ecl. 7: 16, RV95).
“El hecho de que uno sea justo y se dedique al bien no le impide perecer, que es la suerte del impío”. Jacques Doukhan
UNA TIENDE A PENSAR que esto de ser cristiana es pan comido: con ser una persona justa que busca la sabiduría está todo hecho. Pero luego te encuentras con una afirmación como esta, del mismísimo sabio Salomón: «No seas demasiado justo, ni sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte?» (Ecle. 7: 16, RV95).
¿Cómo es eso de que la destrucción puede encontrarse en ser demasiado justas? ¿Es posible que algo bueno en exceso sea malo? No solo posible, sino real. Llámalo legalismo, fanatismo, perfeccionismo, extremismo… Todas estas actitudes de la vida religiosa pueden generarnos un infierno aquí en la tierra no solo a nosotras, en nuestra esfera privada, sino a quienes nos rodean.
Tremendo reproche contra la vanidad de confiar en las formas y expresiones externas de la obediencia, a las que somos tan proclives, y en la «seguridad» que generan: vegetarianismo extremo; vestimenta radical (siempre falda y a espaldas de la moda); arreglo personal (carente de maquillaje y de todo adorno)… ¡La religión sería tan sencilla si no fuera porque nuestra naturaleza tiende a los extremos con una facilidad y una rapidez pasmosas! Entonces, ¿cuál es la solución?
Todo es cuestión de equilibrio, pero sobre todo de tener bien clara una cosa: que la verdadera religión es una relación personal con Dios a través de Cristo, «que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas. Y que así puedan comprender con todo el pueblo santo cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo. Pido, pues, que conozcan ese amor, que es mucho más grande que todo cuanto podemos conocer, para que lleguen a colmarse de la plenitud total de Dios» (Efe. 3: 17-19).
Partamos de la base de que «ciertamente no hay en la tierra hombre tan justo, que haga el bien y nunca peque» (Ecl. 7: 20, RV95). Por mucha que creamos que sea nuestra justicia, siempre es limitada, porque nos vamos a los extremos, al fin y al cabo es nuestra naturaleza. Por eso nuestra única salvación está en ese ser único que es justo, bueno, perfecto, equilibrado y puro amor. Solo la sabiduría de Dios, que pone en perspectiva la nuestra, puede mostrarnos el camino hacia ese equilibrio perfecto de la vivencia cristiana.