Viernes 30 de septiembre. Matinal damas – “Cuestión de percepción”
«A Dios nunca lo ha visto nadie; pero si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y su amor se hace realidad en nosotros» (1 Juan 4:12).
“No vemos al otro en su realidad, sino distorsionado por nuestra percepción”. Peter Van Breemen
SE CUENTA que Francisco de Asís, allá por los oscuros tiempos de la Edad Media, se cruzó en una ocasión con un leproso. Por miedo a contagiarse de tan terrible enfermedad, pasó de largo sin hacer ni decir nada, sin apenas mirar a aquel hombre que atravesaba por circunstancias tan difíciles. De pronto, cuando se encontraba a cierta distancia ya del leproso, Francisco sintió un profundo remordimiento en su corazón. Se dio la vuelta, se dirigió de nuevo hacia aquel hombre y le dio un beso en la mejilla. Fue entonces, al comprender claramente que aquel pobre marginado era su hermano, al sentirse movido por una compasión genuina liberada de todo tipo de moralismo, que pudo actuar con verdadero amor.
Qué gran reto de la vida cristiana: actuar con verdadero amor, sin juzgar al que pide ayuda; sin imponer nuestros criterios sobre lo que el otro necesita, sino preguntando simplemente en qué podemos ser útiles; actuar dejando completamente a un lado el yo y sin perder de vista la dignidad de la persona en apuros, Su valor como ser humano, su propia realidad que la ha conducido a un lugar en el que, aunque no lo creas, cualquiera de nosotras puede terminar; actuar movidas por pura compasión, fieles a un único mandamiento: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo» (Luc. 10:27). ¡Qué meta tan noble y tan elevada!
Siempre el yo se cruza en nuestro camino, distorsionando nuestra percepción de los porqués de los demás, y condicionando nuestra actitud hacia ellos. El mundo pide agritos un amor desprovisto de todo egoísmo; un amor que sepa mirar al otro en su propia realidad, y no a través del filtro de nuestra realidad individual. Ese es el punto de partida de un amor y una compasión genuinos.
Todo es cuestión de percepción; de percibir a los demás por lo que son, y no por nuestros estándares.