Domingo 17 de julio 2016. Matinal damas – Cuando llega la noche
«En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).
“El más indestructible de los milagros es la fe humana en ellos”. Jean Paul
EL CANCILLER Otto von Bismarck (1815-1898), considerado el fundador del estado alemán moderno, estaba de visita en casa de un amigo cuando vio un retrato de sí mismo colgado en una pared. Meneando la cabeza, dijo: «¿Ese es el aspecto que tengo? Pues déjame decirte que ese no soy yo». Entonces se dio la vuelta y señaló a un cuadro que colgaba de la pared de enfrente. Era un fresco del apóstol Pedro hundiéndose en el mar. Observando la imagen, Von Bismarck afirmó: «Ese soy yo».
¿Quién no se identifica con la imagen de Pedro hundiéndose en el agua? A veces en mi vida, y estoy segura de que en la tuya también, «ha llegado la noche» (Mat. 14:23, RV95). Las olas han sido tan grandes, el viento ha soplado con tanta fuerza, y la figura de Jesús me ha parecido tan fantasmagórica e irreal que, a pesar de mi seguridad en mí misma, he ido perdiendo la fe, sintiendo miedo y hundiéndome hasta el fondo. El estrés, la ansiedad y el temor al futuro me hicieron exclamar, como el apóstol: «¡Sálvame, Señor!». Y he necesitado que Jesús viniera hacia mí caminando sobre el mar, diciéndome: «Ten ánimo, soy yo, no temas» (ver Mat. 14:22–31).
Por eso me hace tanto bien leer y releer esos milagros que Jesús realizó cuando estuvo aquí en esta tierra, y que me devuelven la esperanza. Milagros como el que concedió a un Pedro que se hundía, y «al momento Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo» (Mat. 14: 31, RV95). Lejos de mí compararme con el apóstol salvo en una cosa: mi humanidad, que me hace fijarme en la dureza de las circunstancias y no en la fortaleza de ese Jesús que ha vencido al mundo por mí.
Cada vez que Jesús nos salva de una tormenta, que extiende su mano para que no caminemos solas en el dolor, y que nos recuerda que en él podemos tener ánimo, un milagro se está produciendo ante nuestros ojos. Un milagro no menor que el que presenció Pedro. Un milagro que nos invita a seguir creyendo y poniendo nuestra confianza en Dios en esas ocasiones en que nuestra fe flaquea. Recuérdalo la próxima vez que llegue la noche.