Miércoles 5 de octubre. Matinal adultos – Una movilización tan grande como una ballena – 3
«Y de Nínive, una gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto ganado, ¿no habría yo de compadecerme?». Jonás 4: 11, NVI
ESA ES LA ÚLTIMA LÍNEA del épico relato de Jonás. La historia termina con una única pregunta (la número 13) de los labios de Dios: «¿No habría yo de preocuparme por esa gran ciudad?». Fin
¿No ha llegado el momento de la historia en que la última pregunta de Dios debe convertirse en nuestra primera pregunta? De los más de siete mil millones de habitantes de este planeta, ahora se calcula que el 47% vive en ciudades (no en un barrio periférico, un pueblo, una aldea o en el campo). De hecho, las ciudades del mundo se han hecho tan grandes que 438 de ellas se denominan ahora «aglomeraciones», definidas como trechos contiguos de edificios y calles habitados. Entre las mayores aglomeraciones del mundo se encuentran: Tokio, Ciudad de México, Seúl, Nueva York, São Paulo, Bombay, Delhi, Shanghái, Los Ángeles y Osaka. Solo estas diez ciudades contienen más seres humanos que la mitad de la población de Estados Unidos. Si el clamor de Dios que pone fin al libro de Jonás fue por solo una ciudad, ¿te puedes imaginar la profundidad del grito divino hoy?
¿Quieres saber lo que de verdad siente Dios por las ciudades?
«Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella» (Luc. 19: 41, NVI). Hay solo dos casos en el relato evangélico en los que se describe a Jesús llorando: una vez por un amigo fallecido y una vez por una ciudad perdida. Bob Pierce, fundador de World Vision, solía decir: «Debemos llegar al punto en que aquello que rompe el corazón de Dios rompa también el nuestro». Quizá por eso se escribieran estas palabras hace más de un siglo: «Trabajad sin tardanza en las ciudades, porque queda poco tiempo. […] En un tiempo como este, han de emplearse todos los medios. […] La carga de las necesidades de nuestras ciudades ha descansado tan pesadamente sobre mí que en ciertas oportunidades me he sentido morir» (El evangelismo, pp. 29, 30; la cursiva es nuestra).
Sin embargo, en vez de desanimarnos por este inmenso desafío urbano, es preciso que reconozcamos cómo Dios nos ha encaminado al éxito. Los medios de comunicación de masas nos permiten ahora diseminar nuestro mensaje por doquier. Y la nuestra es ahora una cultura urbana universal con una generación de jóvenes que habla globalmente el mismo lenguaje cultural. Dios ha preparado su reino no para el fracaso, ¡sino para el éxito! Si algo podemos aprender de la historia de Jonás, tiene que ser: ¡Vamos!