Sábado 13 de agosto 2016. Matinal adultos – Torá, torá, torá
«Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado, sino que en la ley de Jehová está su delicia y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará” Salmo 1:1-3¿TE GUSTARÍA VIVIR en un mundo en el que una señal de «Pare» significase simplemente «Sería deseable que usted redujese algo su marcha», en el que los límites de velocidad fuesen alentadoras sugerencias, en el que el verde significase «adelante», el amarillo, «acelere» y el rojo quisiera decir «vuele»? Aunque todos conducimos así en «raras» ocasiones, el hecho es que nadie quiere vivir en un mundo en el que se abandonen las leyes de protección y las normas legales.
Y, no obstante, hubo una vez en que el mundo fue así: «En aquellos días […] cada cual hacía lo que bien le parecía» (Jue. 21: 25). Un mundo no muy distinto del que describió Fiódor Dostoyevski en Los hermanos Karamázov: «Si no hay un Dios, todo está permitido». Lo cual, por supuesto, no es muy diferente del mundo en que vivimos hoy, ¿no crees? «Cada cual hacía lo que bien le parecía».
Con este telón de fondo secular posmoderno —en el que no hay nada que se pueda llamar Verdad con V mayúscula, ni «verdad verdadera», según lo expresó Francis Schaeffer—, resulta un tanto pintoresco leer en voz alta los primeros tres versículos del Salterio en nuestro texto de hoy, ¿no crees? Prosigue, y esta vez léelos en voz alta. Resulta casi embarazoso, ¿no? ¿Deleitarse en la ley de Dios? ¡Por favor! ¿Cuándo fue la última vez que cualquiera de nosotros hizo tal cosa? Pero acuérdate de que torá, la palabra hebrea traducida «ley», puede aplicarse concretamente al Decálogo y llegar a abarcar todas las Escrituras. Aunque el Salmo 1 no es un llamamiento divino para los «legalistas», es una audaz representación de los amigos de Dios, que se deleitan en sumergirse en su torá de noche y de día, que han descubierto tanto en la ley divina como en la Palabra divina su protección contra la maldad y su promesa de un éxito próspero. Su disciplina espiritual diaria admite la observación de Jean-Paul Sartre: «Ningún punto finito tiene significado sin un punto de referencia infinito». Han descubierto en su Dios y en su Palabra un punto de referencia infinito para guiarlos.
Entonces, ¿no ha llegado ya el momento de que los elegidos dejen de permitir que el temor de la acusación de «legalismo» cohíba su inmersión en el corazón de la torá divina? «Que nadie se rinda a la tentación ni sea menos ferviente en su adhesión a la ley de Dios debido al desprecio en que se la tiene […]. Es tiempo de luchar cuando se necesita más que nunca de los paladines» (Review and Herald, 8 de junio de 1897). Cuando Cristo es tu punto de referencia infinitivo, ¿por qué no defender su ley en una época de anarquía?