Domingo 20 de noviembre. Matinal adultos – No yo, sino Cristo – 2

Domingo 20 de noviembre. Matinal adultos – No yo, sino Cristo – 2

«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas». Mateo 11: 28, 29

¿MANIFIESTA JESÚS FAVORITISMO? En contra de nuestras primeras impresiones, que tuviera un círculo íntimo —Pedro, Santiago y Juan— no tenía nada que ver con que fueran los preferidos del Maestro. La manera decisiva en la que rechazó la petición de Santiago y Juan de los dos puestos más encumbrados del reino es prueba más que de sobra. Pero «la profundidad de su cariño [de Juan] hacia él» (El Deseado de todas las gentes, cap. 60, p. 514) no escapó a la atención del Maestro. Porque, verás, el corazón de Cristo se siente atraído a los corazones que se ven atraídos hacia él. Él atrae a todo el mundo, pero no todos quieren ser atraídos. Y ahí estriba la diferencia entre Juanito y Judas.

En la víspera de la muerte de Jesús, precisamente Juan y Judas son los más cercanos a él en la mesa de la Última Cena. Pero solo uno de ellos siguió a Jesús al jardín. Solo uno de ellos se negó a huir cuando el resto huyó en el momento del arresto de Jesús. Solo Juanito se encaminó al patio interior del recinto en el que se celebraba la farsa de juicio. Solo él siguió a Jesús aquella larga y tortuosa noche y al comienzo de la mañana. Solo Juan, de todos los apóstoles, siguió a su Maestro a la cumbre del Calvario. Y con solo Juan allí junto a su madre, Jesús, en su suprema angustia, miró hacia abajo y le encomendó a su madre al único discípulo que no lo abandonó ni en la muerte: a Juanito.

Algo pasó en el corazón de este hijo del trueno, alguna misteriosa transformación en el transcurso de los tres años y medio que el joven discípulo siguió al Maestro. ¿No podemos llegar a la conclusión de que una exposición diaria prolongada al Salvador transforma el corazón de un discípulo? De modo que lo que uno fuera ya no es preciso seguir siéndolo. Porque, contemplando, tú y yo podemos cambiar. Juan hizo precisamente eso: «Día tras día, en contraste con su propio espíritu violento, [1] contempló la ternura y tolerancia de Jesús, y [2] fue oyendo sus lecciones de humildad y paciencia. [3] Abrió su corazón a la influencia divina y [4] llegó a ser no solamente oidor sino hacedor de las obras del Salvador. [5] Ocultó su personalidad en Cristo y [6] aprendió a llevar el yugo y la carga de Cristo» (El Deseado de todas las gentes, cap. 30, p. 266). ¿Cuán duradero fue su séxtuple empeño espiritual? Cerca del final de su vida, cuando Juan escribió su Evangelio, se describió a sí mismo humildemente cinco veces como «el discípulo al que Jesús amaba». No más trueno. Juan se había quitado a sí mismo del retrato. Su historia solo tiene un Héroe. «No yo, sino él» se convirtió en el canto de su vida.

Radio Adventista

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