Miércoles 9 de noviembre. Matinal adultos – Las historias de los elegidos – 5
«Todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los seguía. Esa roca era Cristo». 1 Corintios 10: 3, 4
HAY QUIEN DICE QUE el cielo puede esperar. Aprovechando que suena igual en inglés, el News de Detroit eligió para una columna sobre religión y salud el hábil titular de «Heaven Can Weight» [El cielo puede pesar]. «El cielo puede pesar», pero, ¿cuánto? «El cielo puede esperar», pero, ¿cuánto? La pregunta para los elegidos es: ¿Son mi dieta y mi salud una cuestión moral? Considera durante un momento estos dos pronunciamientos del Nuevo Testamento:
- Nuestra dieta afecta al llamamiento divino a la santidad, porque «soy el templo de Dios». Pablo lo expresa con pasión: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?, pues habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor. 6: 19, 20). Nuestro cuerpo físico —este palacio sagrado en el que el Todopoderoso decide morar— fue comprado a un precio infinito. La última gota de sangre de Cristo fue la moneda carmesí que nos compró rescatándonos del pecado y de la muerte. ¿Por qué no iba a ser un asunto moral la forma en la que trato mi cuerpo? «Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto» (Rom. 12: 1).
- Nuestra dieta afecta al llamamiento divino a la preparación, porque «soy testigo de Dios». Eso explica la dieta de «saltamontes y miel silvestre» (Mat. 3: 4, BPH) ordenada para Juan el Bautista. No se trata de ser estrafalariamente diferentes: se trata de estar físicamente acondicionados y tener una agudeza mental máxima para, igual que Juan, «preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Luc. 1: 17). «Al preparar el camino para la primera venida de Cristo, representaba a aquellos que han de preparar un pueblo para la segunda venida de nuestro Señor. […] Todos los que quieran alcanzar la santidad en el temor de Dios deben aprender las lecciones de temperancia y dominio propio. […] Por esta razón, la temperancia [dieta/salud] ocupa un lugar en la obra de prepararnos para la segunda venida de Cristo» (El Deseado de todas las gentes, cap. 10, p. 79). En realidad, sí es una cuestión moral, ¿no crees?
Los cuarenta días y cuarenta noches que Jesús pasó en ayuno y oración son prueba suficiente de que para una misión en la que hay tanto en juego como en la nuestra, no nos podemos permitir el lujo de dejar que nuestro apetito dicte nuestra vida y distraiga nuestro centro de atención. Como sabe todo corredor de un maratón, si participas con la intención de llegar al final, la manera en la que entrenes determinará cómo acabas. Y cuando el cielo es la meta, la manera en la que entrenas es un tema moral.