Miércoles 22 de junio 2016. matinal adultos – El reino no mágico – 1
«En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra». Hebreos 11: 13
¿QUÉ TIENE DISNEYLANDIA que capta la fantasía de jóvenes y adultos por igual? Recuerdo la primera vez que mis ojos contemplaron ese parque temático. Yo era el hijo de cinco años de un misionero que nunca había pisado suelo estadounidense en su vida al que sus tíos anunciaron: «Bienvenido a Estados Unidos; ¡te vamos a llevar a Disneylandia!». Hoy Disney World es el mayor parque de atracciones del mundo, movido (desde 1987) por una campaña de mercadotecnia insuperable. Después de que se anuncia el jugador de fútbol americano más valioso en la final de la NFL, o Super Bowl, y este se ve rodeado por un grupo de periodistas y de cámaras, uno de los agentes puestos por Disney grita una pregunta oída en directo por televisión en el mundo entero: «Oye, acabas de ganar el Super Bowl. ¿Qué vas a hacer ahora?». Y el MVP, acrónimo inglés de «jugador más valioso» (todos los jugadores ensayan con Disney antes del partido), conoce la respuesta: «¡Me voy a Disney World!» (si el equipo es del Este) o «¡Me voy a Disneylandia!» (si es del Oeste). Tremendamente habilidosa mercadotecnia esta capitalización de los grandes héroes deportivos de los niños.
Pero, ¿sabías que Disney simplemente arrancó una página del manual de estrategia del propio Dios? Este lleva milenios usando a sus héroes para publicitar su reino, no mágico sino real. ¡Lee simplemente el capítulo de la Biblia que contiene el Salón de la Fama! Nuestro texto de hoy resume la vida de los mayores ciudadanos de la tierra: Abel, Enoc, Noé, Abraham y Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés, Rahab, Gedeón, Sansón, David (por nombrar algunos), con la salvedad de que todos ellos se consideraban «extranjeros y peregrinos» en la tierra. ¿Por qué? Porque tenían su esperanza puesta en otra tierra, en otro reino. Y precisamente esa esperanza alimentaba su vida.
Me encanta viajar. Pero, para mí, la mejor parte es el regreso a casa. Cuando aterrizas en un país extranjero, lo extranjero no es el país: ¡eres tú! Y te lo recuerdan en el control de pasaportes: «Fila para extranjeros». Pero cuando vuelvo a casa, el (a veces) jovial «¡Bienvenido a casa!» del agente coincide con mi propio ánimo alegre. ¡Al fin estoy en casa!
Como los amigos de Dios a lo largo de la historia sagrada, tú y yo somos extranjeros, forasteros en esta tierra, peregrinos que van de camino, contando los días hasta que nuestro Salvador regrese. Así que cuando te pregunten qué vas a hacer ahora, puedes gritarlo con gozosa esperanza: «¡Me estoy preparando para ir a casa!».