Domingo 10 de julio 2016. Matinal adultos – El día de mayor soledad

Domingo 10 de julio 2016. Matinal adultos –  El día de mayor soledad 

«Hay en Jerusalén, cerca de la Puerta de las Ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos […]. Había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: “¿Quieres ser sano?”. El enfermo le respondió: “Señor, no tengo quién me meta en el estanque cuando se agita el agua; mientras yo voy, otro desciende antes que yo”». Juan 5: 2-7

¡QUÉ TRISTE TENER que admitirlo!: «No tengo quién me ayude». Sin embargo, ¿de verdad crees que aquel inválido arrugado junto al estanque de Betesda era el único de la tierra que podía haber hecho esa triste confesión? ¿Junto a cuántos apartamentos, viviendas móviles, casas, residencias estudiantiles, vehículos estacionados y pasos subterráneos pasará Jesús esta noche y oirá el mismo sollozo apagado: «No tengo quién me ayude»? ¿Cuántos bancos de la iglesia están atestados el sábado con ese mismo grito del corazón? O quizá deberíamos preguntarnos cuántos bancos de la iglesia quedarán vacíos este próximo sábado por ese grito.

¿Puedo compartir un secreto contigo? Para muchos de los elegidos, el día de mayor soledad de la semana es el sábado. Claro está que se armarán de valor, se pondrán su mejor sonrisa, se subirán en su automóvil, entrarán por nuestra puerta, se sentarán en nuestra clase (aunque la mayoría viene solo al culto), cantarán de nuestro himnario y escucharán nuestro sermón. Pero la parte más penosa de su fiel ritual de observancia del sábado aún está por venir. Porque, una vez que se ha pronunciado la bendición y se ha interpretado el postludio, deben ponerse en pie y pasar justo por delante de nosotros, sabiendo que no habrá quien les devuelva la sonrisa, nadie que les tome la mano y pregunte: «¿Cómo te fue la semana?» o «¿Por qué no vienes a casa hoy a cenar?». Solo en sus sueños se dan alguna vez tales conversaciones. Pero este sábado deben volver a pasar desapercibidos por nuestro ruidoso vestíbulo, saliendo al sol, a la lluvia o a la nieve, y arrastrarse de nuevo a su automóvil, salir de nuestra iglesia y sus instalaciones y volver a casa. Otra vez solos. Y otra. Y otra.

«Era sábado aquel día» (Juan 5: 9). Si Jesús no hubiese tomado la iniciativa personal con aquel inválido aquel sábado, no tendríamos ni idea de lo que viene aguardando mucho tiempo que hagamos por los hombres, las mujeres y los niños que siguen viniendo a nosotros el sábado con la desgarradora confesión: «No tengo quién me ayude». En el nombre de Cristo, ¿por qué no podemos ayudarlos?

 

Radio Adventista

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