Sábado 23 de julio. Matinal adulto – Resurrección de un hermano caído – 1
«Le dijo la tercera vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que le dijera por tercera vez: “¿Me quieres?”, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. […]”. Y dicho esto, añadió: “Sígueme”».Juan 21: 17-19
¡OCURRIÓ TAN APRISA! Ningún pez en toda la noche. La indicación de un desconocido junto a la orilla. Redes de repente a punto de reventar con su captura argéntea. «¡Es Jesús!». Pedro en el agua chapoteando hacia él. Esquifes varados. Pescadores sentados en cuclillas con los ojos abiertos como platos en torno a una hoguera. Desayuno con el Resucitado, el cual interroga a Pedro delante de los demás —con dulzura, pero de forma penetrante—: «¿Me quieres?». Tres interrogatorios públicos en correspondencia con las tres negaciones públicas de Pedro. Y, en respuesta, un joven acongojado confiesa —en voz baja, contrito— «Tú sabes que te quiero». Entonces, ante los ojos de los propios discípulos, con la impresionante velocidad de lo divino, la misericordia triunfa sobre el juicio. El Salvador declara completa la resurrección de Simón Pedro, y el caído es restaurado. ¡Ocurrió tan aprisa!
¿Qué tienen que atravesar un hombre caído o una mujer perdida para ser resucitados y restaurados en una comunidad como la nuestra? ¿Y cuánto tiempo permanecen caídos? Con esto quiero decir cuánto tiempo permanece unido a su recuerdo el adjetivo «caído». No estoy pensando en los archivos de Dios; me pregunta por los nuestros. Además, estas personas caídas, ¿siguen siendo hermanos nuestros entretanto, durante su situación caída? Dirás: «Bueno, eso depende de si de verdad quieren arrepentirse de su fallo moral». ¿De veras? ¿Llega un momento en que ya no soy el guardián de mi hermano? «Pero, ¿qué estás sugiriendo? ¿Que en realidad no importa que se arrepientan de su pecaminosa y vergonzosa caída pública?». No sugiero eso en absoluto. De hecho, ni siquiera pienso en su respuesta ahora mismo. Me pregunto por la nuestra. ¿Cuándo deja de estar unido a su recuerdo —o sea, a nuestro recuerdo de ellos— el adjetivo «caído»?
¿Podría ser que la razón por la que somos tan duros con los caídos es que nos recuerdan a nosotros mismos? ¿Y así fingimos piedad en nosotros mismos y exigimos piedad de los demás para que nadie descubra al pecador que llevamos dentro? Dietrich Bonhoeffer observó sagazmente: «El grupo de santurrones no permite que nadie sea un pecador» (Life Together, p 110). Es trágico, pero precisamente por ese mismo fingimiento yugulamos sin querer cualquier posible comunidad. Porque, ¿cómo puedo acercarme a ti si no quiero dejarte que te aproximes? Quizá no solo los «caídos» necesiten la resurrección de Jesús.