ADORACIÓN
“Te exaltaré mi Dios y rey, por siempre bendeciré tu nombre. Todos los días te bendeciré, por siempre alabaré tu nombre. Grande es el Señor y digno de todo alabanza; su grandeza es insondable” (Sal. 145: 1-3).
Un sábado de mañana sentí la presencia de Dios sobre mí. En mi vida ministerial me he dado cuenta de que la adoración no siempre es parte de mi vida devocional. Sin embargo, al examinar los Salmos y los Proverbios, noté el tema de la adoración a Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo.
En las vidas de muchos personajes bíblicos, y en especial en la de David, vemos que dedican una sustancial cantidad de tiempo a adorar a Dios. Yo también he descubierto que hay algo terapéutico en la adoración y la alabanza a Dios. Al escuchar las conmovedoras historias de diferentes personas que avanzan en su caminar cristiano, me cuentan que no siempre están adorando al Padre. A veces, detecto en sus historias que su fe y confianza en Dios están siendo desafiadas. Si tu fe y tu confianza están siendo puestas a prueba, te será más difícil acudir a Dios en adoración. Sin embargo, al adorar, tu lucha con la fe y la confianza comenzará a cambiar.
En mi propia experiencia personal, conocer a Dios y buscarlo con todo mi corazón, alma y mente es el preámbulo de la adoración. En los días o las semanas que he estado enormemente estresada a causa de mi vida multifacética, dando de mí y vaciándome para la gente, he descubierto que la adoración me eleva a un plano más alto de vida.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, “adoración” como un sustantivo, significa la acción de adoración. La Real Academia Española sigue explicando que la raíz de la palabra “adorar” es: 1) Reverenciar o rendir Culto a un ser que se considera de naturaleza divina, 2) amar con extremo; 3) gustar de algo extremadamente”.
“Señor, tú eres mi Dios; te exaltaré y alabaré tu nombre porque has hecho maravillas. Desde tiempos antiguos tus planes son fieles y seguros” (Isa. 25: 1). Dios nos creó con el anhelo y la necesidad de adorarlo como Creador, Señor y Redentor, con el deseo de que él sea el Señor de nuestra vida. Te desafío hoy: dedica tiempo a adorarlo. Él es nuestro Rey de reyes y Señor de señores. ¡Él es Jesucristo, nuestro Señor!
MARY L. MAXSON