RIZPA
MUJER DOLIENTE
Diré yo a Jehová: Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiare. Salmo 91:2.
La vida no es fácil para nadie. Aun aquellas personas que parecen tenerlo todo, sufren y se angustian. Todos de una u otra forma nos vemos enfrentados a situaciones que “nos mueven el piso”. Hasta aquí todos tenemos un común denominador: la adversidad llama a la puerta de todos.
Pero así como esto es evidente, también lo es el hecho de que no todos reaccionamos de la misma manera ante la misma situación. Algunos, ante un fracaso deciden reemprender la tarea hasta lograr el éxito; otros se abandonan a la decepción y el pesimismo, y se hunden en la depresión, un signo de nuestros días.
Rizpa está viviendo uno de los peores momentos de su vida. Ni tú ni yo quisiéramos nunca estar en sus sandalias. Debido a un pacto no cumplido, sin ser culpables de ello, sus dos únicos hijos acaban de ser muertos, al igual que cinco de sus sobrinos. La tragedia golpea sin misericordia la puerta del corazón de esta mujer. Pero hay algo que me impresiona de su actitud. Antes de revelarte su secreto, te pregunto: ¿Qué hubieras hecho tú en una situación como esta? ¿En qué o en quién habrías encontrado refugio?
Cuando Rizpa ve lo que ha acontecido a sus amados, no recurre al alcohol ni a ningún otro medio de escape que el mundo ofrece. Dice la Escritura que tendió una tela de cilicio sobre la roca. El cilicio es un símbolo de duelo y de arrepentimiento y ella lo lleva a la roca.
¡Qué gesto el de Rizpa! Tal vez no conocía mucho de los tratados entre los pueblos y mucho menos de las consecuencias de las rupturas de estos, pero conocía a Alguien superior a cualquier alianza humana. Rizpa sabía que en un dolor tan grande como el que ella estaba pasando, solo había Uno capaz de consolarla y entenderla. Y es a esa persona, a Dios, a quien ella recurre en busca de ayuda. Con humildad extiende la tela, pero también su alma cargada de dolor ante el único que conocía sus sentimientos de congoja y pesar.
Rizpa: un modelo digno de imitar cuando el dolor golpee nuestra puerta. —AR