«Tú, Señor, estás conmigo como un guerrero invencible; los que me persiguen caerán, y no podrán vencerme» (Jer. 20:11).
Era el 12 de marzo del año 2015 y la noche aparentaba total serenidad.
Yo me disponía a salir un rato para hacer algo de ejercicio en la calle, tal como era mi costumbre. A medida que avanzaba, algo extraño iba sucediendo: mis ojos se iban llenando de pequeñas partículas que me causaban bastantes molestias y me impedían una buena visión. De pronto, oí una voz:
– ¿Qué hace, vecina? —me preguntó.
-Salí a caminar un rato -dije yo.
– ¿En medio de una lluvia de cenizas? –mostró ella su asombro.
Yo seguí mi camino, porque por un momento no sabía cómo encajar lo que me acababan de decir. No me lo tomé en serio. Pero obviamente, mi vecina estaba más informada que yo: sabía que el volcán Turrialba, ubicado a más de 70 kilómetros de distancia de nuestro vecindario, estaba activo aquel día. Yo creía que aquel gigante de la naturaleza estaba tremendamente lejos de mí, por lo tanto, no imaginé jamás que pudiera causarme daño alguno. Pensé mal, imaginé mal; aquel gigante me obligó a entrar a prisa de nuevo en mi casa, pues la atmósfera estaba imposible.
Al entrar en casa encendí la televisión para ver las noticias. La población entera estaba asustada. Muchos recordaban con tristeza el año 1963, cuando el mismo fenómeno de la naturaleza había acabado con ganado, cosechas, propiedades y con la salud de muchos costarricenses. Yo, sin embargo, sabía que a nuestro lado tenemos a un guerrero invencible, incomparable en fuerza con ningún gigante de la naturaleza. Y a él me aferré.
¿Por qué temer a los gigantes cuando tenemos a nuestro alcance, por medio de la fe, el poder del Dios todopoderoso? Digamos, como Jeremías: «Tú, Señor, estás conmigo como un guerrero invencible; los que me persiguen caerán, y no podrán vencerme; fracasarán, quedarán avergonzados, cubiertos para siempre de deshonra inolvidable» (Jer. 20:11). «Porque nos ha nacido un niño, Dios nos ha dado un hijo, al cual se le ha concedido el poder de gobernar. Y le darán estos nombres: Admirable en sus planes, Dios invencible, Padre eterno, Príncipe de la paz» (Isa. 9:6).
«Jehová es el poderoso que infunde temor y respeto. El profeta estaba seguro de que, si bien sus enemigos eran fuertes, Dios, el poderoso que hace temblar, podría vencerlos fácilmente» (Comentario bíblico adventista, t. 4, pp. 464-465).