Has convocado de todas partes mis temores, como en un día de solemnidad; Y en el día del furor de Jehová no hubo quien escapase ni quedase vivo; los que lloran y mantuve, mi enemigo los acabaron. Lamentaciones 2:22.
Las Lamentaciones de Jeremías son poemas con el tono de un canto fúnebre. Describen el dolor y la desesperación durante la destrucción de Jerusalén. Su propósito es mostrar que la desobediencia a Dios conduce al desastre, y que Dios sufre cuando su pueblo sufre.
Los castigos de Dios sobre la impía Jerusalén salieron: niños muriendo en brazos de sus madres, mujeres comiendo a sus hijos para sobrevivir, el templo destruido, y muertos sus líderes. Resulta fácil culpar a Dios de toda la maldad y el sufrimiento, pero esto no es justo. Igual que mucha gente piensa así hoy, también era un malentendido del pensamiento hebreo: cuando Dios no previene el peligro es presentado como si lo causara. Judá rompió el pacto con Dios, entonces Dios rompió su protección.
Los símbolos que representaban seguridad para Jerusalén ya no existían: las puertas de la ciudad, el liderazgo real, el arca con la ley de Dios y la dirección profética. Dependieron solo de símbolos y ceremonias y no notaron que la presencia divina se había retirado del templo. “Cuando la presencia de Dios se desprendió de la nación judía, tanto los sacerdotes como el pueblo lo ignoraron. Aunque bajo el dominio de Satanás y arrastrados por las pasiones más horribles y malignas, creían ser todavía el pueblo escogido de Dios” (CS, pág.601). Ocurrirá igual al final de la historia de este mundo:
Cuando él (Jesús) abandone el santuario, las tinieblas envolverán a los habitantes de la tierra. Durante ese tiempo terrible, los justos deben vivir sin intercesor, a la vista del santo Dios. Nada refrena ya a los malos y Satanás domina por completo a los impenitentes empedernidos. La paciencia de Dios ha concluido. El mundo ha rechazado su misericordia, despreciado su amor y pisoteado su ley. Los impíos han dejado concluir su tiempo de gracia; el Espíritu de Dios, al que se opusieron obstinadamente, acabó por apartarse de ellos. Desamparados ya de la gracia divina, están a merced de Satanás, el cual sumirá entonces a los habitantes de la tierra en una gran tribulación final. Como los ángeles de Dios dejen ya de contener los vientos violentos de las pasiones humanas, todos los elementos de contención se desencadenarán. El mundo entero será envuelto en una ruina más espantosa que la que cayó antiguamente sobre Jerusalén (Ibid., p. 600).