Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas. Hechos 5:11.
¡Qué dramática fue la muerte de Ananías! Comían y adoraban juntos, ¿por qué nadie le dijo a la esposa de Ananías lo ocurrido? La Biblia no da detalles, deja a nuestra imaginación las posibles razones del silencio de los testigos. ¿Estaban tan enojados al descubrir el engaño, que prefirieron no hablar? ¿Estaban tan asombrados, orando, arrepintiéndose de sus propios pecados, que nadie percibió cuando llegó Safira? ¿Pedro les advirtió que no le dijeran nada a la esposa cómplice?
Habían transcurrido tres horas después de enterrar a Ananías, y la esposa no sabía nada (Hechos 5:7). No había otra red social aparte de la comunicación oral, pero ni un pariente ni amiga la alerta de lo ocurrido. Se había hecho cómplice de su esposo para engañar al Espíritu Santo y la iglesia recién nacida. Suprimieron una parte de lo ofrecido a Dios, y su respuesta fue la muerte inmediata de ambos, por separado.
Algunos pensarán que la muerte arrepentida de Ananías y Safira no refleja la gracia y la misericordia de Jesús, pero su perfecta gracia incluye un juicio. Eres llamado a ser sumisa a tu esposo, pero no a ser cómplice de sus actos pecaminosos, ilegales, o de la violación de sus promesas a Dios: “Son hechos responsables de los medios que Dios ha confiado a su cuidado, y de ninguna manera pueden exceptuarse de esta responsabilidad hasta que sean liberados al devolverle a Dios lo que les había encargado” (1T1, p. 463).
Cuando Pedro preguntó a Safira si habían vendido la propiedad en tal cantidad, no era para atraparla, sino para darle una oportunidad de confesar su pecado y arrepentirse. Toda esposa sabe que es una influencia para su esposo; Ella pudo haber impedido el pecado de Ananías y buscó el consejo de los apóstoles, pero prefirió transigir con su marido. Todos temblaron de horror y renovaron su consagración. Vieron la presencia de Dios en acción. “La gente necesitaba ser impresionada con la santidad de sus votos y promesas para la causa de Dios. Tales promesas no se consideran por lo general tan obligatorias como un pagaré entre hombres. Sin embargo, es menos sagrada y obligatoria una promesa porque es hecha a Dios? Porque le faltan algunos términos técnicos y no tiene valor legal, ¿descuidará el cristiano la obligación ante la cual ha comprometido su palabra? Ningún documento legal o pagaré es más obligatorio que una promesa hecha a la causa de Dios” (6CBA, pág. .1056).