REBECCA: “LA QUE UNE”
“Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman” (Sant. 1: 12).
El viernes 7 de agosto de 2009, a la tardecita, nació mi querida hija. Rebecca, ¡la hija prometida! Era hermosa y alegre, pero tenía dos problemas congénitos: tenía un quiste en las encías y un canal en el corazón, que debería haberse cerrado a las ocho semanas, pero no había sido así. Por lo tanto, necesitaba cirugías para ambos problemas. La primera, cuando tenía dos meses, fue rápida y tranquila. Volvimos a casa el mismo día. Sin embargo, la corrección cardíaca, cuando tenía cuatro meses, fue una verdadera prueba de fuego para mi esposo y para mí.
Lo que al principio era una simple corrección, se plagó de complicaciones, comenzando con una laringitis grave por la intubación, que se convirtió en un paro respiratorio; además de cuatro días de intubación, sufrió una infección urinaria, presión arterial alta persistente, anemia, sangrado gastrointestinal, abstinencia a causa del uso de sedantes y una tercera intubación por una infección general.
Mi hija estaba, literalmente, pasando por el valle de sombra de muerte, y mi fortaleza física y psíquica estaba al límite. Mi cuerpo ya no reaccionaba. No tenía hambre; no tenía sed. Oraba sin cesar y muchos oraron conmigo. Rebecca pasó veinte días en el hospital, trece de los cuales estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátrica.
Fue un período de gran aflicción para mí. Nunca había experimentado tales sentimientos. Sin embargo, el Señor liberó a mi bebé de todas las enfermedades y me sostuvo con su fuerza. Varias veces le pregunté por qué estaba sucediendo esto. Dios, en su bondad infinita, reemplazó el “por qué” de mi corazón con un “para qué”. Rebecca llegó para unirme más a Dios, para que pudiera desarrollar el fruto del Espíritu, algo por lo cual había orado los últimos años; para que pudiera dejar todas mis ansiedades en las manos del Señor; para que pudiera aprender a alabarlo en tiempos de calma y en tiempos de angustia; para romper mi arrogancia y mi orgullo, y recrearme en él. Por sobre todo, para prepararme para la segunda venida de Cristo.
Ahora puedo agradecer al Señor por haberme hecho pasar por su fuego refinador. ¡Cuánto nos ama! Bendito sea el Dios de Israel, el Dios de los milagros, ¡el Dios de nuestra salvación!
SUZI DAVID ARANDAS