UN AMOR TAN MARAVILLOSO
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3: 16).
Vivíamos en Karmatar, una misión alejada de la civilización. Todos los que trabajábamos en las oficinas de la iglesia vivíamos cerca, en una colonia similar a un sistema familiar compartido. Como resultado, solíamos juntarnos a comer, especialmente los sábados. Era casi como el cielo en la Tierra. Era muy raro que recibiéramos alguna visita del exterior pero, cuando llegaba alguien, también nos reuníamos. Los servicios de adoración de los sábados a la puesta del sol eran muy especiales para todos.
Al lado de nuestra casa vivía una familia canadiense. La esposa y yo no tardamos mucho en hacernos buenas amigas. Ambas teníamos hijos más grandes que estudiaban en colegios con internado. Sus dos niños y nuestro hijo menor jugaban juntos casi todos los días. Entonces, una tarde, cuando volvía mi oficina después del almuerzo, me llevé una gran sorpresa. Generalmente, no cerraba mi oficina con llave durante la hora del almuerzo y encontré mi oficina cubierta de brillantes flores de hibisco: en mi escritorio, en mi silla, en la máquina de escribir, en la ventana. No tenía idea de quién podría haber hecho eso. Fui a la oficina de mi amiga y, allí también, vi tres o cuatro flores de hibisco.
-Así que, tú también recibiste flores. -dije -. ¿Sabes quién las trajo?
-¿Quién otro si no Kevin? -respondió. (Kevin es su hijo.)
-Si fuera Kevin -comenté-, ¿por qué solo te dio tres o cuatro flores, pero llenó mi oficina de ellas? Con seguridad te habría dado más a ti, porque eres su madre.
-Sí, estoy segura de que fue Kevin -afirmó.
Entonces, fue a mi oficina y se sorprendió de ver tantas flores.
-Kevin debe de amarte mucho -me dijo.
Ella no se sentía dolida porque él me hubiera dado más flores, pero me quería mucho. Sin embargo, me conmovió mucho que un niño de siete años demostrara tanto amor por mí. Esa expresión fue maravillosa.
Cuando vi a Kevin, lo abracé con fuerza y le agradecí por las flores. Me hizo pensar en Dios y su gran amor; no solo por la raza humana, sino por cada uno de nosotros, individualmente. Él vació el cielo cuando envió a Jesús como rescate por nosotros. Y Cristo estuvo dispuesto a dar su vida con el fin de que podamos tener vida eterna junto con él. Cuando Dios me muestra su amor de diversas formas personales, no puedo sino exclamar: “¡Qué amor, qué maravilloso amor, tan increíble y tan divino!”
BIROL CHARLOTTE CHRSTO