Cristo es presentado en las Escrituras como un don. Él es un don, pero únicamente para aquellos que se entregan a él sin reservas, en alma, cuerpo y espíritu. Hemos de entregarnos a Cristo para vivir una vida de voluntaria obediencia a todos sus requisitos. Todo lo que somos, todos los talentos y facultades que poseemos hijo del Señor, para ser consagrados a su servicio. Cuando de esta suerte nos entregamos por completo a él, Cristo, con todos los tesoros del cielo, se da a sí mismo a nosotros. Obtenemos la perla de gran precio (Palabras de vida del gran Maestro, p. 88).
¡Oh, no comprendemos el valor de la expiación! Si la comprendiéramos, hablaríamos más acerca de ella. El don de Dios en su amado Hijo fue la expresión de un amor incomprensible. Fue lo máximo que Dios pudo hacer para mantener el honor de su ley y, sin embargo, salvar al transgresor. ¿Por qué no debe el hombre estudiar el tema de la redención? Es el tema supremo en el cual se puede ocupar la mente humana. Si los hombres contemplaran el amor de Cristo desplegado en la cruz, su fe se fortalecería para apropiarse de los méritos de su sangre derramada, y serían limpios y salvados de pecado (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t.5, p.1107).
Jesús no procuraba atraerse al pueblo satisfaciendo sus apetitos. Para aquella gran muchedumbre, cansada y hambrienta después de tan largo día lleno de emociones, una comida sencilla era prenda segura de su poder y de su solícito afán de atender a las necesidades comunes de la vida. No ha prometido el Salvador a sus discípulos el lujo mundano; el destino de ellos puede hallarse limitado por la pobreza; pero ha empeñado su palabra al asegurarles que sus necesidades serán suplidas, y les ha prometido lo que vale más que los bienes terrenales: el permanente consuelo de su propia presencia (El ministerio de curación, p. 30).
Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Filipenses 4:19.
Todas las bendiciones se derraman sobre aquellos que mantienen una unión vital con Jesucristo. Jesús no nos llama junto a sí sencilla-mente para refrigerarnos con su gracia y presencia por unas pocas horas, y para apartarnos después de su luz a fin de que caminemos lejos de él en tristeza y desánimo. No no. Nos dice que debemos morar con él y él con nosotros… Confiad en él continuamente y no dudéis de su amor. Conoce todas nuestras debilidades y lo que necesitamos. Nos daría gracia suficiente para cada día…
Todo obrero que sigue el ejemplo de Cristo será preparado para recibir y usar el poder que Dios ha prometido a su iglesia para la maduración de las mies de la tierra. Mañana tras mañana, cuando los heraldos del evangelio se arrodillan delante del Señor y renuevan sus votos de consagración, él les concede la presencia de su Espíritu con su poder vivificante y santificador. Y al salir para dedicarse a los deberes diarios, tienen la seguridad de que el agente invisible del Espíritu Santo los capacita para ser colaboradores juntamente con Dios (La maravillosa gracia de Dios, p. 117).