No matarás. (Deuteronomio 5:17)

Subamos la colina que está detrás de la Iglesia y disparémosles a los pajaritos -le sugirió Henry Brasch a Alberto Schweitzer, de ocho años de edad.

Alberto tenía su resortera casera en la mano mientras ascendía la colina con su amigo. En realidad, no quería tirarles a los pajaritos, pero tampoco quería que le dijeran que no era hombre.

Era primavera en aquel valle de Alsacia. El aroma que impregnaba el aíre era dulce: de flores silvestres, lluvia, tierra y plantas verdes en crecimiento. Los pajarillos revoloteaban por los huertos que cubrían el campo. Mirlos, tordos, pinzones reales y codornices se unían al glorioso coro de alabanza primaveral.

-Vamos, Alberto -dijo Henry-, ¡Veamos quién le pega a ese mirlo que está allá!

En ese instante empezaron a sonar las campanas de la iglesia. Parecía que tocaban el acompañamiento para el coro de pajarillos de la colina. Eso fue más de lo que pudo soportar Alberto, niño de corazón noble. Tiró su honda al suelo y corrió hacia el árbol donde estaba el mirlo, agitando los brazos.

-¡Vete, pajarito! ¡Vete! -le gritó-, ¡Huye, vete a donde estés seguro!

El pájaro le obedeció y alzó el vuelo.

-¡Oye, tonto! ¿Por qué hiciste eso?

El amigo de Alberto fue corriendo muy enojado hacia donde estaba él. -No quería que lastimaras al pajarillo -dijo Alberto- Ellos tienen sentimientos también, ¿lo sabías? ¡ Igual que tú y yo!

-¡Aguafiestas! -se burló Henry mientras regresaban a sus casas en silencio.

De ese modo el cruel juego terminó.

Alberto no estaba triste por lo sucedido. Había hecho lo correcto y sabía que jamás volvería a matar, sí pudiera evitarlo. Cuando sonaron las campanas aquella tarde, Alberto sintió que le decían: “¡No matarás!”

Este fue el principio de la “Reverencia por la vida” de Alberto Schweitzer, acerca de la cual escribió más adelante, cuando llegó a adulto. Llegó a ser uno de los hombres sobresalientes del siglo XX: predicador, maestro, filósofo, músico, escritor, médico y misionero en África.