PRUEBA A DIOS
“Traigan íntegro el diezmo para los fondos del templo, y así habrá alimento en mi casa. Pruébenme en esto -dice el Señor Todopoderoso-, y vean si no abro las compuertas del cielo y derramo sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde” (Mal. 3: 10).
Las palabras “No robes” (Éxo. 20: 15) y “¿Acaso roba el hombre a Dios? ¡Ustedes me están robando! […] En los diezmos y en las ofrendas” (Mal. 3: 8), me pegaban como granizo cada vez que recibía mi escaso salario. Además, una suave voz, como una gotera continua en un día de lluvia, seguía insistiéndome, hasta que las gotas caían con menor y menor frecuencia; y finalmente se detuvieron. Me puse cómoda en mi deshonestidad.
No había devuelto el diezmo por un tiempo. ¿Cómo podía compartir mi magro sueldo con la iglesia? No solo trabajaba por un salario mínimo, sino también mi empleador me recordaba que pronto me quedaría sin trabajo. Vivía en un pueblo pequeño y había muy pocas posibilidades de trabajo. Mi salario apenas cubría las necesidades más básicas. El diezmo no estaba en mi presupuesto.
La frustración me abrumaba. ¿Qué alternativas tenía? Quizá podía volver a estudiar; pero eso requería pagar las clases. Luego de pensar y orar seriamente, decidí tomar el riesgo. Me inscribí en una universidad estatal. El Señor es sufrido, y estiró mi salario para que incluyera los gastos de educación. Había muchos desafíos, pero Dios estaba conmigo.
Entonces, un sábado, un pastor visitante predicó sobre la mayordomía. Ese granizo cayó nuevamente sobre mi cabeza. Pero esta vez la voz era clara y fuerte: “Me están robando en los diezmos y en las ofrendas”. Cuando se hizo un llamado al compromiso respondí y, al volver a mi departamento, luché sobre mis rodillas. Abrí mi Biblia en Malaquías 3: 8 al 11, los versículos que había leído el pastor. Mi decisión fue final: probaría a Dios; no dudaría. Comencé a devolver el diezmo y permanecí fiel en mi promesa. Y el “aceite del jarro” nunca se terminó; siempre había suficiente para “llenar la tinaja” (1 Rey. 17: 16).
Al terminar mi curso, comencé a buscar trabajo. Dos días después de mi última entrevista, el director me llamó y me ofreció el trabajo. Dios había guardado el trabajo perfecto, un ministerio, en realidad, para mí. Prueba a Dios. Observa cómo sus bendiciones caen sobre quienes confían en él.
BEULAH E. ANDREWS