VIVIR PARA SER BENDICIÓN
«Después se acercarán los sacerdotes levitas, pues el Señor los eligió para que tengan a su cargo los servicios del culto y bendigan en el nombre del Señor» (Deut. 21:5).
Cuenta una fábula que, en cierta oportunidad, un pollo le reclamó a una vaca:
—¡No lo entiendo! ¿Por qué te prestan mayores atenciones a ti que a mí? Siempre hablan de lo rica que es tu leche, lo delicioso que sabe tu queso y del toque especial que da la crema a todas las comidas. En cambio de mí, no dicen nada.
La vaca le respondió rápidamente:
-La diferencia es que tú, lo que des, lo darás una vez hayas muerto; yo, sin embargo, doy mucho en vida, y lo hago una y otra vez.
Salvando las distancias, por supuesto, me parece que esta fábula ilustra muy bien la importancia de vivir para bendecir a los demás. Claro que, tras nuestra muerte, podremos dejar una herencia útil a nuestros hijos o herederos, pero lo que podemos darles en vida es mejor y mucho más importante. Lo sé muy bien, porque lo aprendí con ocasión de la muerte de mi padre.
Mi padre yacía en una cama pero, cuando lo sacábamos a pasear en su silla de ruedas para que le diera el sol, con palabras entrecortadas nos pedía revistas misioneras para regalar por el camino. En su juventud había sido predicador y había dado campañas de evangelización; en sus años de enfermedad terminal, se resistió a la inactividad. Él quería «ser útil». ¡Y vaya si lo fue! Con las manos temblorosas y el rostro inanimado a causa de la enfermedad de Parkinson, hacía un gran esfuerzo para decirle a la gente con la que se cruzaba: «Tome esta revista, Cristo lo ama. ¡Cristo viene pronto!». Al final de sus días, cuando ya no se podía valer por sí mismo y a pesar de la rigidez muscular de su garganta, cantaba para que todo el mundo supiera que era cristiano.
Tal como leemos en el Antiguo Testamento, la tribu de los levitas tenía una función importantísima: bendecir al pueblo. Qué llamado tan privilegiado. Y creo que, también a nosotras, Dios nos llama a ser bendición en vida. El valor de las bendiciones que dejaremos cuando muramos no es comparable al valor de la bendición que supone una vida de servicio cristiano. No lo olvides en este día. Vive para bendecir. No esperes a que hablen bien de ti cuando hayas muerto.