RENUNCIA
«Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (Mateo 19:29).
Hijo de misioneros escoceses, Eric Liddell nació en China en 1902. Cuando tenía apenas seis años, sus padres lo enviaron, junto con su hermano mayor, a un colegio cristiano en Inglaterra, donde se destacó tempranamente en los deportes, haciéndose conocido como «el joven más rápido de Escocia” y posteriormente como «el escocés volador». En 1923 batió los récords británicos de los 100 y 200 metros; y en 1924 participó en los Juegos Olímpicos de Paris, obteniendo la medalla de oro en los 400 metros y la de bronce en los 200. Su vida inspiró la famosa película Carros de fuego, dirigida por Hugh Hudson y ganadora de cuatro premios Oscar en 1981. Sin embargo, más impresionante que sus logros, fue la vida de sacrificio y renuncia que Eric eligió con el fin de compartir el evangelio en China. Abandonando los laureles del deporte, y una prometedora profesión, volvió para trabajar como misionero y profesor en un colegio anglo-chino. Allí se encontraba cuando estalló la guerra civil, y fue trasladado a un campo de prisioneros, donde encontró un nuevo lugar para predicar. Pero las duras condiciones del campo debilitaron su salud de tal manera que, un par de años después, murió sin recibir atención médica. En el año 2008, con motivo de los Juegos Olímpicos de Pekín (Beijing), el Gobierno chino reveló que, gracias a un acuerdo con el gobierno británico, Eric Liddell tuvo la oportunidad de quedar en libertad. Sin embargo, renunció a ello para ceder su lugar a una mujer embarazada.
El espíritu de renuncia mostrado en la vida de Eric Liddell es considerado un signo de verdadera grandeza delante de Dios. La participación en un servicio desinteresado, la renuncia a la fama, la comodidad o la libertad manifiestan el más alto grado de nobleza que los seres humanos pueden alcanzar. Juan el Bautista pasó por similares condiciones cuando, renunciando a su popularidad y predicando el evangelio, manifestó una firme lealtad a Dios incluso dentro de la prisión. De los tales, Jesús puede decir que «entre los nacidos de mujeres no hay [otro] mayor» (Lucas 7:28).
La influencia de una vida tal, se extiende hasta nuestros días, atravesando fronteras a lo largo del tiempo. Los principios de renuncia y sacrificio, tan opuestos al estilo de vida actual, siguen más vigentes que nunca y llegan a resplandecer entre los discípulos de Dios, a quienes se aplica una formidable promesa: recibirán cien veces más y heredarán la vida eterna.