DE PIE POR EL HONOR DE DIOS
«Y se hizo justicia a ¡os santos del Altísimo». Daniel 7: 22
ENTRE LAS CAUSAS principales que motivaron la separación entre la verdadera iglesia y Roma, se contaba el odio de esta hacia el sábado bíblico. Como se había predicho en la profecía, el poder papal echó por tierra la verdad. La ley de Dios fue pisoteada mientras que las tradiciones y las costumbres humanas eran ensalzadas. Se obligó a las iglesias que estaban bajo el gobierno del papado a honrar el domingo como día santo. Entre los errores y la superstición que prevalecían, muchos de los verdaderos hijos de Dios se encontraban tan confundidos, que a la vez que observaban el sábado se abstenían de trabajar el domingo. Pero esto no satisfacía a los jefes papales. No solo exigían que se santificara el domingo, sino que se profanara el sábado; y acusaban en los términos más violentos a los que se atrevían a honrarlo. Solo huyendo del poder de Roma era posible obedecer en paz la ley de Dios.
Los valdenses se contaron entre los primeros de todos los pueblos de Europa que poseyeron una traducción de las Santas Escrituras […]. Centenares de años antes de la Reforma tenían ya la Biblia manuscrita en su propio idioma. Tenían pues la verdad sin adulteración y esto los hizo objeto especial del odio y la persecución. Declaraban que la iglesia de Roma era la Babilonia apóstata del Apocalipsis, y poniendo en riesgo sus vidas se oponían a su influencia y principios corruptores. Aunque bajo la presión de una larga persecución, algunos sacrificaron su fe e hicieron poco a poco concesiones en sus principios distintivos, otros se aferraron a la verdad. Durante siglos de oscuridad y apostasía, hubo valdenses que negaron la supremacía de Roma, que rechazaron como idolátrico el culto a las imágenes y que guardaron el verdadero día de reposo. Conservaron su fe en medio de la más violenta y tempestuosa oposición. Aunque degollados por la espada de Saboya y quemados en la hoguera romanista, defendieron con firmeza la Palabra de Dios y su honor.
Tras los elevados baluartes de sus montañas, refugio de los perseguidos y oprimidos en todas las edades, hallaron los valdenses seguro escondite. Allí se mantuvo encendida la luz de la verdad en medio de la oscuridad de la Edad Media. […]
Dios había provisto para su pueblo un santuario como convenía a las grandes verdades que les había confiado. Para aquellos fieles desterrados, las montañas eran un emblema de la justicia inmutable de Jehová.— El conflicto de los siglos, cap. 4, pp. 62-63.