LOS BORDES ROJOS
«El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte». Apocalipsis 2: 11
GUIADOS POR JESÚS, todos descendimos desde la ciudad hacia esta tierra, sobre un monte muy grande, que no pudo soportar a Jesús y se partió dando lugar a una enorme llanura. Luego miramos hacia arriba y vimos la gran ciudad, con doce fundamentos y con doce puertas, tres de cada lado, y con un ángel en cada puerta. Todos exclamamos: «Ya desciende la ciudad, la gran ciudad, ¡viene de Dios y del cielo!», y la ciudad descendió y se estableció sobre la llanura en la que nos encontrábamos. Luego comenzamos a contemplar las cosas gloriosas que había dentro de ella. Vi casas muy hermosas que parecían de plata, soportadas por cuatro columnas adornadas con perlas, algo muy hermoso a la vista, que debían ser habitadas por los santos y que tenían una repisa de oro. Vi a numerosos santos entrar en las casas, quitarse sus brillantes coronas y colocarlas en la repisa, y luego salir al campo que rodeaba las casas para hacer algo con la tierra; pero no era nada semejante a lo que hacemos con la tierra aquí. Una luz gloriosa brillaba alrededor de sus cabezas y alababan continuamente a Dios.
Vi además otro campo lleno de flores, y al cortarlas exclamé: «¡No se marchitarán!». Luego vi un campo de pasto alto, cuya contemplación causaba gran alegría; era de un verde intenso con reflejos plateados y dorados mientras ondeaba orgullosamente para gloria del Rey Jesús. Luego entramos en un campo lleno de toda clase de animales: leones, corderos, leopardos y lobos, todos juntos en perfecta armonía. Pasamos en medio de ellos y nos siguieron pacíficamente. Luego penetramos en un bosque que no era semejante a los bosques que conocemos aquí en la tierra, sino un lugar iluminado y lleno de gloria. Las ramas de los árboles se mecían, y todos exclamamos: «Habitarán en el desierto con seguridad y dormirán en los bosques» (Eze.34:25). Pasamos a través de los bosques porque íbamos camino al monte de Sion.
Durante nuestro recorrido nos encontramos con un grupo que también contemplaba las glorias del lugar. Noté que sus vestidos tenían una franjo roja en el borde, sus coronas eran brillantes y su ropa era de color blanco puro. Al saludarlos, le pregunté a Jesús quiénes eran. Contestó que eran mártires que habían muerto por él. Los acompañaba un grupo muy numeroso de niños, y también ellos tenían en sus vestidos un borde rojo.-Testimonios para la iglesia, t. 1, pp. 70-71.