ESCUCHAR ANTES DE ACTUAR
“Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Sant. 1:22).
Hay algo en nosotras, las mujeres, que nos hace acelerarnos cuando sabemos que vamos a recibir a un invitado especial. Limpiamos, quitamos el polvo de los muebles y cocinamos. Nos enorgullece ser buenas anfitrionas.
Marta, que por supuesto era una atenta anfitriona, recibió amablemente a su Invitado -que se había adelantado bastante- en su casa de Betania, y rápidamente se retiró a la cocina, para asegurarse de que la comida estuviera lista. Sin embargo, se enredó en la tarea y no regresó a la sala, junto a su hermana, María, que escuchaba a Jesús. María y Marta, siendo hermanas, se parecían, pero las recordamos por motivos opuestos. A Marta se la recuerda por su impaciencia y su excesiva preocupación por las cosas mundanas; a María se la alaba por su especial deseo de estar con Jesús.
Muchos lectores de la Biblia culpan a Marta de estar espiritualmente en bancarrota; pero ella estaba sirviendo. Y ¿qué mayor satisfacción puede tener una hija de Dios que la de servir a su Maestro? Marta tenía el don de la hospitalidad. Se atribuye a Charles Spurgeon la siguiente observación: “Es más fácil servir que conversar”. Quizá por este motivo nosotras, al igual que Marta, nos agobiamos con un “servido excesivo” (Luc. 10:40). Nuestras visitas acuden a nuestro hogar para conversar con nosotras, por lo que que la observación de Jesús de que María había “escogido la buena parte” (Luc. 10:42) muestra que sentarse en primer lugar a sus pies para escuchar, antes que servir, es lo que consagra nuestro ministerio por él. Necesitamos desarrollar las dos virtudes, la de María y la de Marta: comunión con Cristo y servicio para él. Este equilibrio, en este orden, es vital.
María decidió escuchar a Jesús aquel día en Betania. Y, sí, Jesús reprendió a Marta por no hacer lo mismo. Sin embargo, no tardaría en elegir la “mejor” opción, puesto que su íntima declaración de fe hacia Jesús ante la tumba de Lázaro revela que Marta llegó a tener un conocimiento profundo de Jesús (Juan 11:27). Cristo debió de aceptar tanto su “atención” como su “labor”, ya que la última imagen que la Biblia nos deja de Marta después de la resurrección de su hermano es esta: “Le hicieron allí una cena; Marta servía” (Juan 12:2).
Judith P. Nembhard