PAZ
Mi paz os doy. Juan 14:27.
Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz” (Luc. 2:14).
Esta es la oferta de paz que los ángeles hicieron al hombre desde las colinas de Belén. No se trata de la paz social que unos hombres prometen a otros. Se trata de la paz de Cristo, la que resulta de la reconciliación de los hombres con Dios. Él dijo a sus discípulos que su paz no era la de los hombres, la cual se apoya en la represión y la intimidación. Por eso dijo: “Mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27).
Antes del pecado, Adán y Eva, nuestros primeros padres, gozaban de un grato compañerismo con Dios, pero cuando violaron su ley, rompieron relaciones con su Hacedor y se aliaron con Satanás, el autor de todo mal. Esa enemistad contra Dios les fue transmitida a todos sus descendientes. El profeta dice: “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isa. 59:2). Un abismo separaba de Dios a los hombres.
San Pablo describió así la condición del hombre rebelde: “Haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Efe. 2:3). Isaías escribió: “No hay paz, dijo mi Dios, para los impios” (Isa. 57:21). Y añadió: “Los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto” (Isa. 57:20).
Los hombres “éramos por naturaleza hijos de ira” (Efe. 2:3). La ira de Satanás contra Dios era también la ira del hombre. Desobedecía y resistía al Espíritu de Dios. Y la ira de Dios contra el pecado se cernía sobre el hombre rebelde. “La paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23). Dios amaba al hombre, pero este resistía su amor. Creado a la imagen moral de Dios, era ahora esclavo y aliado de los demonios.
Pero vino Cristo, y nos ofreció la paz de Dios. Vino con un mensaje de reconciliación. Entonces, “el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció” (Mat. 4:16).
Este pueblo asentado en tinieblas es la humanidad, eres tú y soy yo. A nosotros se nos anuncia otra vez la paz de Dios. Aceptemos hoy a Cristo, “porque él es nuestra paz” (Efe. 2:14).