Solo tenemos que pedirle
“Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir” (Sal. 32: 8).
Mi padre, quien ahora se jubilaba y cerraba su negocio, me había contratado el año anterior como secretaria, dado que realmente necesitaba un trabajo. Ahora, nuevamente necesitaba un trabajo. Envié una solicitud a un hospital local, propiedad de una organización cristiana, y me contrataron para trabajar en cuentas de pacientes. Luego de solo un par de horas de entrenamiento, me dejaron sola con una pila de carpetas con hojas de registro computarizadas, que no lograba comprender. Mi tarea consistía en cobrar el dinero que se debía en esas cuentas sin cobrar. Fue un día muy difícil y regresé a casa desanimada. Decidí que debía vera mi supervisor al día siguiente y admitir que no era lo suficientemente inteligente como para hacer ese trabajo. Era lo más honesto que podía hacer. Sin embargo, al tener que mantenerme a mí y a mis dos hijos, necesitaba desesperadamente el trabajo. Opté por seguir adelante, hacer preguntas, aprender procedimientos y, de alguna forma, realizar mi función lo suficientemente bien como para mantener mi puesto de trabajo.
Unos días después, me enteré de que el hospital apoyaba que grupos de oración se reunieran en la capilla durante la hora del almuerzo; y decidí investigar. Me uní a otras tres personas, y oramos por diferentes desafíos que cada uno enfrentaba. Pedí a mis amigos que oraran conmigo, para que tuviera éxito en mi trabajo. Reclamamos la promesa del versículo de hoy. Lentamente, volví a recuperar mi confianza y me volví muy competente. Un año después, me promovieron a una posición de supervisión.
Nuestro grupo de oración siguió reuniéndose y llevé otro pedido de oración. Dudé un poco, pensando que me verían como totalmente irreal, pero deseaba volver a la universidad. Tendría que trabajar tiempo completo, mientras estudiaba tiempo completo. ¿Podría lograrlo? ¿Cómo pagaría mis estudios? Comenzamos a orar, clamando la promesa de Mateo 19: 26. “Para los hombres es imposible […] mas para Dios todo es posible”.
Las puertas comenzaron a abrirse. Envié una solicitud a una universidad cristiana de otro Estado. Recibí una subvención estatal y una beca, con las cuales cubrí mis gastos. Un hospital cercano me contrató y permitió que trabajara en el horario que no cursaba. Pero lo mejor de todo fue que el Señor me ayudó a graduarme en solo tres años, porque ¡todo es posible con él!
A través de los años, le he agradecido vez tras vez. Dios siempre está listo para ayudarnos en cualquier lucha que tengamos en la vida. ¿Por qué dudamos? Solo tenemos que pedirle.
PEGGY MILESSNOW