LA ORACIÓN POR LOS ENFERMOS
«¿Alguno está enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia, para que vengan y que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor». Santiago 5: 14, NTV
MUCHOS DE LOS que buscan el poder sanador del Señor creen que van a recibir directa e inmediata respuesta a sus oraciones, y si esto no ocurre, entonces piensan que su fe es débil. Por esta razón, conviene aconsejar a los que se sienten debilitados por la enfermedad, que actúen sensatamente. No deben desatender sus deberes hacia sus prójimos que pueden sobrevivirlos, ni descuidar el uso de los agentes naturales para la restauración de la salud.
Muchos se pueden equivocar en este tema. Creyendo que serán sanados en respuesta a la oración, temen hacer algo que parezca indicar falta de fe. Pero no deben descuidar el arreglo de sus asuntos como desearían hacerlo si pensaran morir. Tampoco deben temer expresar a sus parientes y amigos las palabras de aliento o los buenos consejos que darían en el momento de su partida.
Los que buscan la salud por medio de la oración no deben dejar de hacer uso de los remedios puestos a su alcance. Hacer uso de los agentes curativos que Dios ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la naturaleza en su obra restauradora no es negar nuestra fe. Tampoco demostramos falta de fe al cooperar con Dios y ponernos en la condición más favorable para recuperar la salud. El Señor nos ha dotado para que conozcamos las leyes de la vida. Este conocimiento ha sido puesto a nuestro alcance para que lo usemos. Debemos aprovechar todos los recursos para la restauración de la salud, sacando todas las ventajas posibles y trabajando en armonía con las leyes naturales. Cuando hemos orado por la curación del enfermo, podemos trabajar con una mayor energía, dando gracias a Dios por el privilegio de cooperar con él y pidiéndole que bendiga los medios de curación que él mismo dispuso. […]
Cuando hayamos orado por el restablecimiento del enfermo, no perdamos la fe en Dios, cualquiera que sea el desenlace del caso. Si tenemos que presenciar el fallecimiento, bebamos la amarga copa, recordando que la mano del Padre nos la acerca a los labios. Pero si el enfermo recobra la salud, no debe olvidar que al ser objeto del poder sanador de Dios tiene una nueva obligación hacia el Creador.— El ministerio de curación, cap. 16, pp. 149-151.