APRENDIENDO A CONFIAR
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno” (Sal. 23:4).
Un viernes decidí visitar a mi padre enfermo. Dos de mis hermanos y dos amigos viajarían conmigo. Mi madre había venido a visitarme a principios de semana, porque me estaba sintiendo indispuesta. Ahora me sentía mal porque mamá había dejado a papá por venir a verme, así que, no fue difícil para mí tomar la decisión de regresar con ella el viernes a visitarlo, ya que me sentía mejor. Nos preparamos para un viaje de cinco horas, los seis en un auto.
Después de viajar bajo una fuerte lluvia durante un tiempo, nos deslizamos en una zanja que había sido cavada en el camino, dañando una de las llantas de atrás. Era obvio que la zanja había sido cavada por bandidos, que se aprovechaban de las víctimas desafortunadas para robar. Mi hermano, que estaba conduciendo, detuvo el auto, y todos salimos. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que no teníamos llanta de repuesto.
Continuamos muy lentamente, orando para que pudiéramos encontrar un mecánico o un lugar seguro donde quedarnos. Después de algún tiempo con un neumático en muy malas condiciones, vimos dos vigiladores nocturnos que cuidaban una estación de gasolina. Nos dirigimos a la estación. Los dos hombres nos explicaron que el único mecánico que había en esa zona no podía venir a esa hora de la noche; había un toque de queda en la ciudad donde él vivía, y ya eran pasadas las diez de la noche.
Mi peor temor se confirmó: tendríamos que dormir en la calle, al lado de unos vigiladores que no conocíamos. Entonces exclamé: “¡Mami, estos hombres son unos extraños!” Mamá respondió: “Oremos”. Así que, oramos. Luego, uno a uno se fueron quedando dormidos. En cuanto a mí, vigilaba de vez en cuando. Justo en esos momentos, Dios me habló: “Hija, ¿realmente puedes protegerte a ti misma? ¿Por qué no confías tu vida en mis manos? Yo estoy aquí”. Y eso lo arregló todo. Finalmente logré dormirme.
Por la mañana, mi hermano, en compañía de uno de los vigiladores, fue a arreglar el neumático, y poco después continuamos viaje. Desde entonces, he aprendido a confiar más en Dios. Él es el único que puede mantenerme a salvo en medio de cualquier temor, incluso a través del valle de sombra de muerte.
Mofoluke I. Akoja