“¡Vamos, pues! Disfruta del pan que comes; goza del vino que bebes, porque a Dios le han agradado tus acciones” (Eclesiastés 9:7).
Los sinsabores de la existencia son inevitables en este mundo corrompido por la desobediencia a Dios; no obstante, para las hijas de Dios, hay razones abundantes para disfrutar la vida. Piensa en las siguientes:
- La vida en sí misma es un don maravilloso, aunque en ocasiones se ve amenazada y quebrantada por las enfermedades.
- El lugar donde nacimos y la familia que tenemos son condiciones que no se pueden cambiar, pero sí se pueden disfrutar a pesar de lo desafortunado que nos parezca.
- Dios es bueno y nos da buenas dádivas, aunque algunas de ellas vienen como en un paquete de regalo del que es necesario desenvolverlas para disfrutarlas. Sería interesante empeñarnos en ver en cada circunstancia la mano generosa del Padre celestial.
- La exquisitez de los alimentos se disfruta cuando se come el pan en paz y en compañía de personas que nos aman y a quienes amamos.
- El descanso placentero no solo se disfruta en la suite presidencial de un hotel de lujo; más aún se obtiene en el lecho sencillo de un hogar donde reina la unidad familiar.
- Feliz no es el que tiene más, sino el que entiende que Dios le ha regalado lo que tiene, lo valora y lo agradece.
La miseria, el hambre, la escasez y la pobreza comienzan con la ingratitud humana que desconoce que Dios tiene el control del universo y es poseedor de todos los bienes. De esa ingratitud surge la incapacidad de disfrutar de la vida. Huye de ella; aprende a dar gracias a Dios cada día.
Esta mañana, antes de que comiences tus actividades, detente, medita un momento y pregúntate cómo puedes disfrutar lo que tienes y lo que harás hoy. “No se engañen: todo lo bueno y perfecto que se nos da, viene de arriba, de Dios, que creó los astros del cielo” (Sant. 1:17).