PERPETUA
EL JUICIO DE PERPETUA
Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Apocalipsis 12:11.
El ejemplo de Perpetua ha contribuido a reforzar la fe de muchos cristianos que han padecido por su Salvador.
Durante la persecución del emperador Severo, en 205 d.C. fueron arrestados en Cartago cinco cristianos, entre ellos, Vibia Perpetua,* quien tenía 22 años de edad, era madre de un niño y tenía una buena posición social.
Perpetua escribió: “En esos días recibí el bautismo y el Espíritu me movió a no pedir más que la gracia de soportar el martirio. Al poco tiempo nos trasladaron a una prisión donde tuve mucho miedo, pues nunca había vivido en tal oscuridad”.
Más tarde, su padre regresó y le dijo de rodillas, besando sus manos: “Piensa en tu madre y en la hermana de tu madre; piensa sobre todo en tu hijo, que no podrá sobrevivirte”. Ella le respondió: “Las cosas sucederán como Dios disponga, pues estamos en sus manos y no en las nuestras”.
Luego condujeron a los reos a la plaza del mercado para juzgarlos ante una multitud. Perpetua sigue narrando: “Todos los que fueron juzgados antes de mí confesaron la fe. Cuando me llegó el turno, mi padre se aproximó con mi hijo en brazos y, haciéndome bajar de la plataforma, me suplicó: Apiádate de tu hijo.
“El presidente Hilariano se unió a los ruegos de mi padre, diciéndome: ‘Apiádate de las canas de tu padre y de la tierna infancia de tu hijo. Ofrece sacrificios por la prosperidad de los emperadores’. Yo respondí: ‘¡No!’ ‘¿Eres cristiana?’, me preguntó Hilariano. Yo contesté: ‘Sí, soy cristiana’… El juez nos condenó a todos a las fieras y llenos de gozo volvimos a la prisión. Como mi hijo estaba acostumbrado al pecho, rogué a Pomponio que lo trajese a la prisión, y no fue posible. Pero Dios dispuso las cosas de suerte que mi hijo no extrañó el pecho y a mí no me hizo sufrir la leche de mis pechos”.
Así como la puesta de sol es más bella que la salida, y como la cosecha es más gozosa que la siembra, la muerte de los mártires es más gloriosa que su vida. Vivamos hoy para Cristo, y si nos llama al martirio, demos la vida por él. –LC