SAN FRANCISCO DE ASÍS
Dios bendice a los que son pobres en espíritu y se dan cuenta de la necesidad que tienen de él, porque el reino del cielo les pertenece. Mateo 5:3.
Era fría, húmeda y oscura la caverna del Monte Subasio. El techo estaba tachonado de murciélagos que observaban a la criatura extraña, arrodillada entre el estiércol que tapizaba el piso. El que oraba era Francisco Bernardone, hijo de un mercader adinerado de Assisi, Italia. Acudía frecuentemente a este lugar apartado para buscar a Dios y la manifestación de su voluntad para su vida.
-Señor, ¿qué quieres que haga? -rogaba en voz alta.
Al principio no se escuchaba más que el goteo del agua y el ruido ocasional producido por las alas de los murciélagos. Entonces, en lo profundo de su mente oyó la voz de Dios que le decía:
“Dios bendice a los que son pobres en espíritu y se dan cuenta de la necesidad que tienen de él, porque el reino del cielo les pertenece”.
Francisco pensó en los pobres, en aquellos que no tenían hogar, en los lisiados, ciegos y enfermos.
“¿Cómo podrán ser benditos esos pobres infelices?”, se preguntó Francisco. “¿Esperas que llegue a ser como los mendigos? Creí que me pedirías que llegara a ser un caballero, realizando hazañas gloriosas para tu honra y gloria”.
“Dios bendice a los que son pobres”, le respondió la voz interior. Inseguro de sí mismo, Francisco decidió ir a la iglesia. Tal vez allí la voz de Dios sería más clara. Al pasar al lado de los brazos extendidos de los que mendigaban a la puerta del templo, escuchó nuevamente la voz de Dios en lo profundo de su alma que le decía:
“Dios bendice a los que son pobres”.
Al ver a un limosnero harapiento, aproximadamente de su tamaño, lo tomó del hombro y le dijo:
-¡Cambiémonos de ropa!
-¿Estás loco, o qué te pasa? -le preguntó el mendigo, a la vez que daba unos pasos hacia atrás-, ¿Cambiarías tu traje elegante de terciopelo y seda por mis sucios harapos?
-Es exactamente lo que digo -le respondió Francisco, mientras se quitaba el saco que traía puesto.
Vestido con trapos viejos de mendigo, Francisco comenzó a pedir limosnas en francés. Hombro a hombro con los demás limosneros, sentía que caminaba al lado de Jesús. Después de esta experiencia, regaló todas sus posesiones y pasó el resto de su vida mendigando, predicando el amor y la humildad dondequiera que iba.