VASTI
UN ESPLÉNDIDO FESTÍN
Hizo banquete… para mostrar él las riquezas de la gloria de su reino, el brillo y la magnificencia de su poder, por muchos días, ciento ochenta días. Ester 1:3, 4.
Lo más parecido que conozco a la fiesta del rey Asuero, es la que el presidente municipal de San Blas, en el Estado mexicano de Nayarit, organizó en febrero de 2015. Según los registros periodísticos, Hilario Ramírez Villanueva, “Layín”, celebró su cumpleaños invitando a aproximadamente 12 mil personas provenientes de varios municipios del Estado. Esa fiesta costó el equivalente a muchos miles de dólares estadounidenses.¹ Se calcula que lo gastado en esa celebración fue casi el total del presupuesto de un año asignado para la seguridad pública de ese municipio.
Asuero y Vasti deben haber gastado mucho más en aquel suntuoso festejo de antaño. ¿Cuánto gastaron? No sabemos. Heródoro menciona en su séptimo libro que este tipo de excesos era común durante el reinado de Asuero.² Los persas acostumbraban los banquetes a gran escala.
Hagamos una pausa reflexiva. ¡Una fiesta de seis meses! ¿Para qué? ¡Hasta dónde se llega con tal de impresionar a la gente! No sabemos los motivos ocultos detrás de los festejos, pero los recursos no vinieron de los caudales del rey, sino de sus contribuyentes. Estamos muy lejos de poder organizar una fiesta de esas dimensiones, pero creo que ni la costumbre ni la cultura justifican tales excesos. Sin embargo, hay gente que intenta derrochar en grande. Conocí a una dama de muy bajos ingresos que gastó 700 dólares para el vestido de la fiesta de quince años de su hija; y a un joven recién graduado que gastó 5.000 dólares en flores para su boda.
Lo más probable es que no seas miembro de la realeza y, por lo tanto, no dispongas de recursos extraordinarios para sufragar los gastos de una vida social como la de Vasti. Sin embargo, ¡cuántas veces se gasta lo que no se tiene! En la mayoría de los casos se hace para competir, impresionar, o quedar bien con alguien.
Ni tú ni yo somos reinas, pero sí somos princesas del reino de Dios y administradoras de los recursos divinos. El dinero que tenemos es de Dios. Dispongámonos hoy a ser administradoras sabias y buenas, a evitar los derroches y, con generosidad, honrar a Dios con nuestros bienes. –SS