LA MANO NO SE ACORTÓ
“Entonces Jehová respondió a Moisés: ¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no” (Números 11:23).
En su trayecto de cuarenta años por el desierto, Israel fue bendecido, entre muchas maneras, con el maná, que caía del cielo seis veces por semana para alimentar al pueblo. A pesar del buen sabor y de la calidad nutricional de ese alimento, los israelitas se cansaron de la dieta divina. Comenzaron a quejarse y, por más increíble que parezca, tuvieron nostalgia de Egipto. Para satisfacer el apetito, estaban dispuestos a cambiar los milagros divinos por la esclavitud en Egipto.
En su infinita misericordia, el Señor decidió dar a los israelitas lo que ellos pedían, con el propósito de hacer evidente su poder y dejar en claro la locura del reclamo que hacían. El punto en cuestión, no obstante, es sobre cómo haría Dios lo que había prometido.
El propio Moisés cuestionó la oferta divina. Aunque estaba acostumbrado a las grandes intervenciones sobrenaturales de Dios, el líder le dijo al Señor con cierto tono de incredulidad: “Seiscientos mil de a pie es el pueblo en medio del cual yo estoy; ¡y tú dices: Les daré carne, y comerán un mes entero! ¿Se degollarán para ellos ovejas y bueyes que les basten? ¿O se juntarán para ellos todos los peces del mar para que tengan abasto?” (Núm. 11:21, 22). Dios estaba prometiendo algo imposible, y Moisés solamente quería “ayudarlo a entender” que no tendría posibilidad de cumplir con su palabra.
Sin embargo, los milagros de Dios no están limitados por nuestra lógica ni por la incapacidad humana de comprender el alcance de su poder. Si fuera así, dejarían de ser milagros. Por ese motivo, Dios desafió a Moisés al preguntarle: “¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no” (11:23).
Dios superó todas las expectativas. Sopló un viento, “y trajo codornices del mar, y las dejó sobre el campamento, un día de camino a un lado, y un día de camino al otro, alrededor del campamento, y casi dos codos sobre la faz de la tierra” (11:31). Las aves volaban a un metro del suelo y todos recogieron en abundancia. Como mínimo, mil ochocientos kilos. La mano de Dios no se acortó.
Cuando Dios promete, cumple; incluso yendo mucho más allá de nuestra comprensión. Por eso, frente a cualquier necesidad, proyecto o desafío, confía en las promesas divinas. La mano del Señor nunca se acorta. Él es capaz de “hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efe. 3:20).