LA PURIFICACIÓN DE LA TIERRA
«Y el diablo, que los engañaba, fue lanzado en el lago de fuego y azufre donde estaban la bestia y el falso profeta». Apocalipsis 20: 10
PARA NUESTRO DIOS misericordioso, el acto del castigo es un acto extraño. «Tan cierto como que yo vivo -afirma el Señor omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva» (Eze.33: 1, NVI) […] Aunque no se deleita en la venganza, ejecutará su juicio contra los transgresores de su ley.- Patriarcas y profetas, cap. 61, p. 616.
Dios hace descender fuego del cielo. La tierra está conmocionada. Salen a relucir las armas escondidas en sus profundidades. Llamas devoradoras se escapan por todas partes de grietas amenazantes. Hasta las rocas están ardiendo. Ha llegado el día que arderá como horno. Los elementos se disuelven con calor abrasador, la tierra también y las obras que hay en ella están abrasadas (Mall. 4:2; 2 Ped. 3:10). La superficie de la tierra parece una masa fundida, un inmenso lago de fuego hirviente. Es la hora del juicio y perdición de los impíos […].
Los impíos reciben su recompensa en la tierra (Prov. 11:31). «Serán estopa; aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Mall. 4: 1, RV60). Algunos son destruidos en un instante, mientras que otros sufren varios días. Todos son castigados «según lo que merezcan sus obras» (Rom. 2: 6). Al haber sido cargados sobre Satanás los pecados de los justos, le toca sufrir, no solo por su propia rebelión, sino también por todos los pecados que hizo cometer al pueblo de Dios. Su castigo debe ser mucho mayor que el de aquellos a quienes engañó. Después de perecer todos los que cayeron por sus seducciones, el diablo tiene que seguir viviendo y sufriendo. En las llamas purificadoras quedan por fin destruidos los impíos de raíz y de rama: Satanás la raíz, sus secuaces las ramas. La penalidad completa de la ley ha sido aplicada; las exigencias de la justicia han sido satisfechas; y el cielo y la tierra al contemplarlo, proclaman la justicia de Jehová.
La obra de destrucción de Satanás ha terminado para siempre. Durante seis mil años obró a su gusto, llenando la tierra de dolor y causando penas por todo el universo. Toda la creación gimió y sufrió en angustia. Ahora las criaturas de Dios han sido libradas para siempre de su presencia y de sus tentaciones. […]
Mientras la tierra estaba envuelta en el fuego de la destrucción, los justos vivían seguros en la ciudad santa. La segunda muerte no tiene poder sobre los que tuvieron parte en la primera resurrección. Mientras Dios es para los impíos fuego devorador, para su pueblo es un sol y un escudo (Apoc. 20: 6; Sal. 84: 11).- El conflicto de los siglos, cap. 43, pp. 652-653.