FRATRICIDIO
“Imiten al Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28, RVC)
Publio Septimio Geta fue nombrado coemperador luego de la muerte de su padre, Septimio Severo. Pero, muy pronto comenzaron las rivalidades con su hermano.
Tras un intento fallido de asesinato por parte de su hermano Caracalla, comenzó una lucha intestina por el poder. Caracalla convenció a su madre, Julia Domna, de traicionar a su hijo. Ella convenció a Geta de ir hasta el palacio de su hermano sin sus guardaespaldas, para discutir una supuesta reconciliación. Sin embargo, estando en brazos de su madre, la guardia pretoriana lo asesinó el 19 de diciembre de 211 d.C.
La causa para este desenlace fue, según fuentes, los celos de Caracalla por la creciente popularidad de su hermano. Otras apuntan a que Geta planificaba apartar a su hermano del trono y Caracalla solo se defendió, adelantándose a los acontecimientos.
Sea como fuere, este episodio es uno más de los parricidios, los matricidios y los fratricidios que se han dado a lo largo de los siglos en las cortes reales. El poder pareciera tener una atracción hipnótica, que borra todo afecto natural y consider a los demás solo como obstáculos que se interponen en el logro de los objetivos. Dado que, para obtener poder, muchos están dispuestos a sacrificarlo todo, incluso a quienes fueran sus seres queridos, cuando finalmente lo alcanzan, quedan solos. A esto se denomina “soledad del poder” o “soledad de la cima”, porque se han sacrificado las relaciones humanas con tal de alcanzarlo.
El pecado está íntimamente relacionado con el poder. Estuvo en la raíz de la rebelión de Lucifer en el cielo, quien anhelaba el poder de la Deidad, al que él, como ser creado, no podía acceder. Al no obtener el dominio total, decidió buscarse su propio espacio de poder, rompiendo relaciones no solo con su Creador, sino también con los demás seres creados. En esa búsqueda de poder, logró el dominio de la Tierra, tras hacer caer en pecado a Adán y a Eva, y recibir de la primera pareja el señorío que Dios les había confiado.
En Cristo, por otro lado, vemos el camino inverso. Decidió no solo encarnarse, sino también hacerse siervo humilde, con tal de alcanzar la salvación de la humanidad y ganar el corazón de los hombres.
¿Qué ejemplo seguirás hoy? ¿Qué camino transitarás; el de la búsqueda de poder sin límites o el del servicio abnegado, que fue el escogido por Cristo para salvarte?