DESPUÉS DE LA MEDIANOCHE
“No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Sam. 16:7).
Esta noche no oscurecerá”, dijo mi hijo. “Y como el departamento de Pesca no ha puesto restricciones, podremos pescar toda la noche”. Él y su esposa, como tantos habitantes de Alaska, estaban ansiosos por llenar sus congeladores para el invierno. Así que, llegamos a la playa a eso de las once de la noche; tomaron sus redes y se apresuraron a llegar al río. Mi esposo y yo armamos la carpa, acomodamos los sacos de dormir y fuimos hasta la orilla.
Larry estaba a cargo de ayudar a Garrick y a Stephanie cuando tuvieran problemas para sacar un pez. Mi tarea era cuidar de Derion, nuestro nieto de seis semanas. El sol se puso a la medianoche, pero el cielo permaneció iluminado hasta las dos, cuando ya se hizo difícil ver a nuestros hijos en el agua. Decidí que era hora de acostarse, así que, con Derion dormido en su cargador, caminé por la arena hasta el puente, cuando miles de pies iban de los autos a la playa, de la playa a los baños, y luego a las carpas. Al llegar al final del puente, vi que tendría que dar un paso gigante para llegar al piso.
“Señor, ¿qué hago?”, susurré. La luz hacía difícil calcular la distancia, mi equilibrio era precario por el bebé que estaba cargando, y el dolor en mis rodillas me ponía más nerviosa aún. Entonces lo vi. Estaba al final del puente: cabello largo, barba que se mecía con la brisa; su campera de cuero se hubiese visto perfectamente bien con una motocicleta. Por debajo de sus mangas, asomaban tatuajes hasta las manos. Su rostro estaba decorado por múltiples piercings. Me sentí incómoda; una mujer sola en medio de la oscuridad. Pero él entendió la situación en la que me encontraba, puso su mano bajo mi codo y me ayudó a bajar suavemente. Con un rápido “Dios la bendiga”, desapareció de mi vista. Pero no de mis pensamientos.
Había sido rápida en juzgar, basándome en que se vestía y adornaba de manera que a mí me era ajena. Pero nuestro breve encuentro reveló a un hombre amable, y disposición a dar testimonio de Aquel que vivía en su corazón. Yo había llegado a una conclusión equivocada. Necesitaba cambiar mi corazón.
Denise Dick Herr.