¿POR QUÉ ERES FAMOSO?
“Y para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de todos los reyes de la tierra, adonde había llegado la fama de su sabiduría” (1 Reyes 4:34).
Si te pregunto quién fue la protagonista de películas como “Solo los ángeles tienen alas”, “Gilda” y “Esta noche y todas las noches”, ¿sabes de qué famosa actriz estoy hablando? Seguramente, no.
Si amplío las pistas y te digo que, además, fue una de las actrices más emblemáticas de la época dorada del cine estadounidense, un símbolo sexual de la década de 1940 y que ocupa el puesto 19 en la lista de las grandes estrellas del séptimo arte. ¿Sabes de quién se trata? ¿Aún no?
Última pista. Nació un día como hoy, pero de 1918. Su nombre es Margarita Carmen Cansino Hayworth, pero se la conoce, simplemente, como Rita Hayworth.
Es interesante notar que, en su momento, Rita tuvo fama, éxito y popularidad. A casi un siglo de su nacimiento, pareciera que ha pasado al olvido.
Así es la fama de este mundo, en que todo pasa, las estrellas son fugaces, y el dinero y la belleza irremediablemente se esfuman.
Salomón supo invertir en lo que verdaderamente era importante. Buscó ser prestigioso antes que famoso. Buscó ser humilde para alcanzar la sublime sabiduría divina. Buscó trascender más allá de este pequeño planeta. Cuando alguien es así, no necesita de campañas publicitarias, promoción en las redes sociales o exaltación propia.
El texto de 1 Reyes 10:23 y 24 es particular. Generalmente, las personas sabias de la actualidad -puede ser un docente, un filósofo o un científico- no son ricos. Y, por su parte, los multimillonarios no suelen tener doctorados ni títulos académicos. Salomón reunía ambas cosas. Y en ambas excedía a todos. “Así excedía el rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riquezas y en sabiduría. Toda la tierra procuraba ver la cara de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón”.
Hoy puede ser un día histórico si, con humildad, pides sabiduría a Dios tal como lo hizo Salomón.
“Todo lo que el mundo proporciona no puede sanar el corazón quebrantado, ni dar paz al espíritu, ni disipar las inquietudes, ni desterrar la enfermedad. La fama, el genio y el talento son impotentes para alegrar el corazón entristecido o restaurar la vida malgastada. La vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 78).