¿Más dinero?
“¡Ay del que se hace rico con lo ajeno y acumula prendas empeñadas!” (Hab. 2: 6).
“El que acapara riquezas injustas es perdiz que empolla huevos ajenos. En la mitad de la vida las perderá y al final no será más que un insensato” (Jer. 17: 11).
Mientras alababa al Señor por su protección durante el viaje, pensaba en cuánto necesitaba descansar. En esta parte de la ciudad hay muchos maleteros esperando “ayudar” a pasajeros que llegan con equipaje pesado. Los vi a través de la ventanilla del vehículo y supuse que me acosarían tratando de trasladar mi equipaje. Le señalé mi valija al conductor de la camioneta, y en un abrir y cerrar de ojos vi manos tomándola. Era uno de los maleteros, con su carrito ubicado estratégicamente en la dirección correcta. Estaba contenta de recibir ayuda, pero debía asegurarme de que no me estafaran.
Le pregunté cuánto me costaría y nos pusimos de acuerdo en un precio. Mientras caminábamos, a solo unos metros de la casa, lo escuché murmurar. Le pregunté cuál era el problema, y me dijo que había esperado que le pagara más. Pero, ya dejamos eso atrás y nos pusimos de acuerdo en un precio, pensé. ¡Ahora él quería que le pagara cuatro veces más de lo que habíamos acordado! Yo no podía creerlo. Entonces, comenzó a amenazarme. No veía a nadie que pudiera venir a mi rescate, si la escena se volvía más dramática. Seguimos caminando y yo permanecí en silencio. Ante eso, él me amenazó con salir corriendo con mi valija o golpearme. Yo no elegía ninguna de las dos opciones. Mis palabras calmas no parecían ayudar en nada.
Sabía que mi Dios me oiría, así que oré. Señor sálvame de esta situación amenazadora. Sabes que quiero hacer lo correcto y conoces el corazón del maletero. Sálvame, y sálvalo a él también. La respuesta fue instantánea. Justo delante de nosotros había cuatro hombres conversando entre ellos. Les expliqué brevemente las demandas del maletero, quien escuchaba atentamente. Apenas los “cuatro ángeles” entendieron la situación en la que estaba, uno de ellos tomó mi valija. Mientras los demás le decían al maletero que se retirara, yo le pagué lo que habíamos acordado y él se fue. Respiré hondo y agradecí a los hombres, quienes llevaron mi valija hasta la puerta.
La avaricia y la extorsión solo llevan a problemas y desdicha. Habacuc cuestionó a Dios sobre Babilonia. Jesús odia el pecado del deseo insaciable, el orgullo y la avaricia; y todo eso no terminó con la caída de Babilonia. Es mi deseo que no caigamos en ninguna de esas trampas.
BERYL ASENO NYAMWANGE