Corramos antes que la puerta se cierre
«Estarán dos en el campo: uno será tomado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino: una será tomada y la otra será dejada» (Mateo 24: 40, 41).
UNO DE LOS APÓSTOLES DE JESÚS, Judas, estuvo a los pies de su Señor más de tres años, aprendiendo de él, observando sus pasos, viendo los milagros realizados y participando de la ayuda a los demás. A pesar de todo lo que recibió de su maestro, desaprovechó el tiempo inútilmente, porque al final perdió la vida eterna. Cristo estuvo dispuesto a perdonarlo, pero no rindió su corazón. En la presencia de Cristo Jesús, hubiera sido transformado como Juan el evangelista, pero no aprovechó la oportunidad.
De igual manera sucede con algunos que han escuchado mucho tiempo la verdad de la Palabra. Han sido testigos del poder de Dios en la vida de los demás y han participado de la predicación del evangelio, pero no han sido capaces de rendir totalmente su corazón a Cristo. De pronto, se encuentran en grandes dificultades, encerrados en su propia trampa sin poder salir de allí, y mueren sin Dios y sin esperanza.
Hace muchos años, un barco de pasajeros que hacía viajes de Nueva York a Inglaterra iba llegando a las costas de ese país justo a la puesta del sol. De pronto, encalló sobre unas rocas. El barco se hundió y casi todos los pasajeros perecieron, excepto el capitán y su esposa, que lograron quedar sobre una de las rocas donde lucharon toda la noche, soportando el frío del viento y las olas fuertes del mar. Al amanecer, llegó el auxilio. El barco de rescate no pudo acercarse lo suficiente, ya que era una zona rocosa. Lanzaron desde lejos sogas al capitán y su esposa, para salvarlos de la situación en que se encontraban. Lo único que tenían que hacer era saltar cuando las olas bravías del mar subían para cubrir las rocas salientes, para no caer en ellas y perecer. El capitán le pidió a su esposa que saltara primero. Ella se aferró a la soga y quiso lanzarse en el momento preciso pero se detuvo un instante, lo suficiente como para perder la oportunidad. Cuando por fin se lanzó, fue demasiado tarde: las olas habían bajado y, al caer, se estrelló contra las rocas y también pereció. No saltó a tiempo. Así es todo aquel que duda en entregar su corazón a Cristo. La oportunidad muchas veces no se repite, la dejamos pasar y, cuando reaccionamos, es demasiado tarde. Hoy es el momento de entregar nuestra vida a Dios.