ACARREO EN BONRON
“Me has dado a conocer la senda de la vida; me llenarás de alegría en tu presencia” (Sal. 16: 11).
Durante seis años habíamos anhelado acampar en los Estados Unidos, todo ese tiempo vivimos en los trópicos. Mientras matábamos mosquitos los doce meses del año, mientras transpirábamos en una ciudad de ocho millones de personas, soñábamos con caminar por bosques, deslizarnos por campos de nieve, ver saxífragas violetas entre las rocas o escuchar el silbido de una marmota.
Nuestro hijo, Garrick, nació mientras vivíamos en los trópicos y, cuando volvimos a Estados Unidos, sabíamos que teníamos que cambiar nuestros planes. En lugar de hacer senderismo en las montañas, decidimos andar en canoa en Bowron Lake, Columbia Británica, Canadá. Ansiábamos fogatas e historias, somormujos y alces, remar en la quietud y pasar rápidos. Pero primero debíamos llegar a los lagos, a casi dos kilómetros desde el medio del área de estacionamiento. Finalmente, decidimos llevar la canoa y hacer otro viaje para buscar nuestras mochilas. Levantamos la canoa sobre nuestras cabezas; Larry al frente, ya que es la parte más pesada. Al caminar bajo el sol vespertino, los mosquitos se dirigían directamente a la parte de atrás, evitando la cabeza de Larry y juntándose en mi cuello. Necesitaba ambas manos para sostener la canoa, y un par más para espantar los mosquitos. Y entonces, Garrick comenzó a quejarse.
-Mami, quiero que me tomes de la mano.
-Pero, Garrick, [espantar mosquito] no tengo una mano libre [espantar mosquito].
Y entonces, se cayó. No fue muy lejos, y solo se embarró un poquito, pero Larry y yo comprendimos que acampar y andar en canoa no son actividades divertidas para todos. Si su primera aventura no era positiva, nuestro hijo podía llegar a detestar salir a la naturaleza. Así que bajamos la canoa y armamos una “mano falsa”: un pañuelo rojo atado a la trabilla de mi pantalón. Garrick tomó el pañuelo y supo que estaba conectado a nosotros. Entonces, se puso a canturrear, feliz.
Cuando llegamos al lago Kibbee, bajamos la canoa y volvimos a buscar nuestras mochilas. Larry fue más rápido, mientras Garrick y yo lo seguimos paseando. Disfrutamos de las florecillas silvestres, escuchamos el martilleo de las alas de las libélulas, vimos el sol en las hojas y cantamos. Cuando Larry, cargado con una mochila, llegó a donde estábamos, yo me apuré por buscar la mía. Garrick tomó la mano de su papá, dio media vuelta y se encaminó hacia el lago, señalando hongos e insectos.
¡El acarreo no pareció tan largo cuando estuvo lleno de risas!
DENISE DICK HERR