UNA MUJER EN EL TECHO DEL MUNDO
“Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Habacuc 3:19).
Y un día llegó. No fue casualidad. Fue luego de una serie de acontecimientos que marcaron su vida.
Junko Tabei nació en Fukushima (Japón), en 1939, y a los diez años se despertó su pasión por el montañismo, cuando ascendió al monte Nasu, un volcán al norte del país. Según dicen, esta experiencia cambió su vida para siempre.
Luego, en la universidad (donde terminó sus estudios en Literatura Inglesa), fundó el “Club de Montaña para Mujeres”.
Más tarde, cuando se casó, compartió su afición con su esposo. Juntos, ascendieron el monte Fuji, así como otras montañas elevadas del Japón.
En 1972, Junko Tabei era conocida como una de las mejores escaladoras del Japón. Por eso, cuando el periódico Yomiuri Shimbun y la televisión japonesa decidieron enviar a Nepal un equipo compuesto solo por mujeres, para intentar escalar el monte Everest, Junko fue una de las seleccionadas para integrar el grupo de las quince valientes. Tras un arduo entrenamiento, a principios de 1975 viajaron a Katmandú, donde contrataron nueve sherpas locales. Junko utilizó la misma ruta que Edmund Hillary y Tenzing Norgay recorrieron en 1953 para alcanzar la cima. Finalmente, el 16 de mayo de 1975 ella llegó, junto con el sherpa Ang Tsering, y se convirtió así en la primera mujer en llegar a la cima del Everest.
Años más tarde, en 1992, Junko fue la primera mujer que completó las llamadas Siete Cumbres, una categoría que incluye las montañas más altas de los seis continentes (incluyendo dos de América): Kilimanjaro (África), Aconcagua (América del Sur), McKinley (América del Norte), Macizo Vinson (Antártida), Everest (Asia), Elbrus (Europa) y Nemangkawi (Oceanía).
Hoy puede ser un día histórico. Desafíate a alcanzar una nueva cumbre de existencia. No te quedes en la “llanura” de la mediocridad.
“Equilibrados por el principio religioso, pueden ascender a la altura que quieran. Nos alegraría verlos elevarse a la noble altura que Dios ha determinado que alcancen. Jesús ama a la preciosa juventud; y no le agrada verla crecer con talentos sin cultivar ni desarrollar. Los jóvenes pueden llegar a ser hombres fuertes de principios firmes, capacitados para que se les confíen elevadas responsabilidades, y pueden consagrar lícitamente todo su vigor a este fin” (Elena de White, Mensajes para los jóvenes, p. 27).