YO SÉ EN QUIÉN HE CREÍDO
“Mucho valor tiene a los ojos del Señor la muerte de sus fieles” (Salmo 116:15, NBD).
Elena de White fue mensajera del Señor durante 70 años. A lo largo de su ministerio, escribió más de 5 mil artículos y 49 libros; incluyendo las compilaciones de sus manuscritos, tenemos más de 150 libros a disposición.
En sus 87 años de vida, la señora White ofreció lo mejor para el servicio del Señor. Cuando entendió que tendría pocos días de vida, se dedicó a producir el máximo de libros que pudo. En 1911 terminó Los hechos de los apóstoles; en 1913 concluyó Consejos para padres, maestros y alumnos; en 1914 finalizó Obreros evangélicos; y en sus últimos meses de vida trabajó en el libro Profetas y reyes.
En la mañana del sábado 13 de febrero de 1915, alrededor del mediodía, al entrar en su oficina, la señora White tropezó y cayó. Su sobrina la encontró y buscó ayuda. Se había fracturado el fémur izquierdo. En aquellos días, eso era casi una sentencia de muerte.
Entendiendo que vivía sus momentos finales en esta Tierra, expresó: “No tengo seguridad de que mi vida dure mucho tiempo, pero siento que soy acepta al Señor” (La educación cristiana, p. 499).
¿Cómo sería el futuro de la iglesia sin la presencia de Elena de White? Todos acompañaron su proceso final. Su hijo William publicaba casi semanalmente una corta nota en la Review and Herald, informando sobre el estado de salud de su madre.
El día 14 de julio, en un susurro, ella dijo sus últimas palabras: “Yo sé en quién he creído”. Después de esto, entró en estado de inconsciencia. En su corazón tenía la seguridad de que había vivido una vida fiel al Señor y que no necesitaba tener miedo de la muerte.
El viernes 16 de julio, por la tarde, su respiración comenzó a ser más lenta, sus fuerzas fueron acabándose. Las personas más próximas fueron invitadas para la despedida. Mabel, su nieta, permaneció todo el tiempo sentada al lado de la cama tomándole la mano. A las 15:40 Elena de White descansó. Se realizaron tres ceremonias fúnebres. Seguidamente, fue enterrada al lado de su esposo en el cementerio de Oak Hill, en Battle Creek.
Su vida se apagó suavemente, como la luz de una vela. Pero la luz de la Palabra del Señor, que ella fielmente vivió y transmitió, continuará brillando para siempre. ¡Vive hoy con la misma seguridad que acompañó a la señora White durante toda su vida!