UN ESPÍRITU DE PODER
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7).
Al leer el primer capítulo de 2 Timoteo se nota el tono cariñoso, intimo, cálido y paternal del anciano apóstol, encarcelado y próximo a morir. Pablo está pasando la antorcha a su pupilo y le advierte sobre las amenazas que algunos suponen para la integridad doctrinal de la iglesia incipiente. Timoteo debió haber sido un joven tímido, que derramó lágrimas junto al apóstol (vers. 4) y que probablemente se sentía algo avergonzado en relación con el evangelio y el encarcelamiento de su mentor (vers. 8). Pero al mismo tiempo, poseía una fe sólida que ya estuvo presente en su abuela y en su madre (vers. 5).
El temor es parte inherente de la experiencia humana y aparece otra vez en el versículo de hoy, pues la cobardía es algo similar. El apóstol insta a su discípulo a que participe «de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios» (vers. 8). Esta frase nos hace pensar en la resiliencia, pues anima al joven a recibir las aflicciones, desechando el temor, para que la prueba lo haga más fuerte y lo purifique. Para ello, el apóstol le ofrece herramientas: poder, amor y dominio propio, de origen no humano, sino divino.
Para realizar cualquier cosa necesitamos, en primer lugar, poder, energía. Esto abarca no solo fuerza física, sino también motivación para encauzarla en la dirección correcta. Hemos de recordarnos constantemente que, sin Dios, no hay poder.
El amor es el segundo don contra el espíritu de cobardía. Es fácil tratar con las personas cuando las amamos. La carencia de amor añade sospecha, duda y desconfianza a nuestras relaciones. El amor que Dios ofrece es tan completo que se extiende a los enemigos, algo tan revolucionario que hasta los cristianos tenemos dificultad en ponerlo en práctica.
El tercer don es el dominio propio. La palabra griega original es sofronismós. Este término, además de dominio propio, significa ‘sentido común, ‘mente sana y moderada’ y ‘un juicio cabal y equilibrado. La ausencia de cobardía no significa ser imprudente y temerario, sino más bien decidido y cauto.
Sea timidez, falta de motivación o cualquier otra barrera que halles, el Señor está listo a concederte la fuerza para afrontarla, el amor auténtico hacia el contrario y el dominio propio y el juicio cabal para tomar las mejores decisiones.
¡Que Dios te conceda estas dádivas en el día de hoy!