LOS CIENTO CUARENTA Y CUATRO MIL
«Después miré, y vi que el Cordero estaba de pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente». Apocalipsis 14: 1
DELANTE DEL TRONO, sobre el mar de cristal -ese mar de vidrio que parece revuelto con fuego por lo mucho que resplandece con la gloria de Dios- se halla reunido el grupo de los que salieron victoriosos de «la marca o el nombre de la bestia o el número de su nombre» (Apoc. 13: 17). Con el Cordero en el monte de Sion, sosteniendo «las arpas de Dios», están en pie los ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre la humanidad; se oye una voz, como el estruendo de muchas aguas y como el estruendo de un gran trueno, «la voz […] de arpistas que tocaban sus arpas». Cantan «un cántico nuevo» delante del trono, un cántico que nadie podía aprender sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil. Es el cántico de Moisés y del Cordero, un canto de liberación.
Ninguno, sino los ciento cuarenta y cuatro mil pueden aprender aquel cántico, pues es el cántico de su experiencia, una experiencia que ningún otro grupo ha conocido jamás. «Son los que siguen al Cordero por dondequiera que va». Habiendo sido trasladados de la tierra, de entre los vivos, son contados por «primicias para Dios y para el Cordero» (Apoc. 15:2, 3; 14:1-5). «Estos son los que han salido de la gran tribulación»; han pasado por el tiempo de angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación; han sentido la angustia del tiempo de la aflicción de Jacob; han estado sin intercesor durante el derramamiento final de los juicios de Dios. Pero han sido librados, pues «han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero». «En sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha» delante de Dios». «Por eso están delante del trono de Dios y lo sirven día y noche en su templo. El que está sentado sobre el trono extenderá su tienda junto a ellos» (Apoc. 7: 14-15; 14:5). Han visto la tierra asolada con hambre y pestilencia, al sol que tenía el poder de quemar a los hombres con un intenso calor, y ellos mismos han soportado padecimientos, hambre y sed. Pero «no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos» (Apoc. 7:16-17). […]
Por su propia dolorosa experiencia conocieron los males del pecado, su poder, la culpabilidad que entraña y su maldición; y lo miran con horror.- El conflicto de los siglos, cap. 41, pp. 630-631.