Un hombre de la familia de Leví fue y tomó por esposa a una descendiente de Leví, que concibió y dio a luz un hijo. Al verlo tan hermoso, lo mantuvo escondido tres meses (Éxodo 2: 1-2).
LOS ISRAELITAS LLEVABAN CASI CUATRO SIGLOS DE ESCLAVITUD en Egipto y Faraón, temiendo una insurrección por parte de un pueblo que se multiplicaba día a día, mandó que echaran «al río» a todo hijo varón que naciera (Exo. 1:22). Esa ley llenó de dolor cada hogar hebreo. «Los hijos de Israel gemían por causa de su esclavitud, y clamaron a Dios. Por causa de su esclavitud, su clamor llegó hasta Dios» (2:23).
Jocabed dio a luz a Moisés y «al verlo tan hermoso, le mantuvo escondido tres meses». Es imposible leer el relato biblico y no sonreir. ¿Qué madre no ve a sus hijos hermosos? Jocabed no era la excepción; temiendo al edicto egipcio, ocultó a su bebé por tres meses.
Cuando no pudo ocultarlo más, fabricó una pequeña canasta con juncos, la impermeabilizó y la depositó en el Nilo. Momentos después se acercó la hija de Faraón para asearse y al abrir la canasta y ver al bebé que lloraba, tuvo compasión de él y quiso tenerlo como hijo. María, hermana mayor de Moisés, que estaba en la rivera cuidando la canasta, le ofreció a la hija de Faraón los servicios de una nodriza para que criara al niño; de esta manera Moisés fue criado por su madre para luego ir a vivir a la corte de Faraón.
Aunque esta madre ahora contaba con el amparo real, su vida no fue fácil. «Jocabed era mujer y esclava. Su destino en la vida era humilde, y su carga pesada. Sin embargo, el mundo no ha recibido beneficios mayores mediante ninguna otra mujer, con excepción de María de Nazaret. Sabiendo que su hijo había de pasar pronto de su cuidado al de los que no conocían a Dios, se esforzó con más fervor aún para unir su alma con el cielo. Trató de implantar en su corazón el amor y la lealtad a Dios» (Elena G. White, La educación , p. 58, énfasis añadido).
¡Qué gran ejemplo de cuidado y educación nos da Jocabed! Si cada padre y madre adventista educa a sus hijos con el mismo temor y la misma dedicación que Jocabed, tendremos en nuestra iglesia más hombres y mujeres con el templo de Moisés. Así como pasó en la corte faraónica, nuestro mundo está esperando a los hijos de nuestra iglesia para sembrar en ellos hábitos y costumbres pecaminosas. Pero la sabia educación paterna unida al amparo divino, lograrán formar en nuestros hijos caracteres que buscarán la santidad.