¿Qué esperas, entonces? ¡Levántate y bautízate, e invoca su nombre, para que quedes limpio de tus pecados! (Heco 22: 16).
SAULO HABÍA QUEDADO COMPLETAMENTE CIEGO. Aunque no podía ver, sus pensamientos giraban en torno a esa tremenda visión en la que había visto al Hijo de Dios. Su gloria, su divinidad y la pregunta incisiva: «¿Por qué me persiguen?» (Hech. 9:4), todavía resonaba en su mente.
Ananías, uno de los fieles que residía en Damasco, fue enviado por Jesús para que el enemigo de los cristianos recibiera la vista. Ananías no podía creer lo que escuchaba. Parecía haber un error. «Saulo, el perseguidor, ¿estaba ciego y había que sanarlo?», esperaba Ananías. Con sumo respeto, Ananías le preguntó a Dios: «Señor, él sabía que este hombre ha tratado muy mal a tus santos en Jerusalén» (vers. 13), pero la voz divina respondió: «Ve allá, porque él es para mí un instrumento escogido» (vers. 15). Sin replicar, Ananías se dirigió a donde residía Saulo. Una vez allí, puso sus manos sobre él y le devolvió la vista.
Saulo estaba acongojado; sin saberlo había estado trabajando para el enemigo de Dios. Con palabras de ánimo, Ananías lo estimuló: «¿Qué esperas, entonces? ¡Levántate y bautízate, e invoca su nombre, para que quedes limpio de tus pecados!». Inmediatamente Saulo fue bautizado y aquel que era perseguidor pasó a ser un apóstol de Cristo.
¡Cuánto valor tienen las palabras de ánimo! Generalmente quien las escucha aprecia el estímulo, la energía y el ímpetu que aportan. «El descorazonamiento puede atacar a cualquiera. Cuando las cosas van mal, la persona piensa: “Más vale que me dé por vencido’. Pero una palabra de estímulo […] dará un nuevo ímpetu. Mucha gente no conoce el potencial que hay en ellas. Frecuentemente necesita un ” impulso” para echar andar. Hay personas con verdaderos talentos que nunca los ponen en uso. ¿Por qué? Porque necesitan que alguien les inyecte confianza; necesitan saber que otros creen en ellas» (Clyde M. Narramore, Psicología de la felicidad, pp . 143-144).
Es posible que, a lo largo de este día, Dios ponga a tu lado personas que necesiten palabras de estímulo. No te detengas. Con sinceridad, alienta a todo aquel que lo necesite. Cuando Ananías lo hizo con Saulo no sabía la bendición que sería este apóstol para los cristianos de todos los tiempos. De igual mane ra, aprovecha el don del habla para animar a otros.
Si por alguna razón eres tú el que necesita palabras de aliento, déjame traducirte lo que dijo Jesús: «No tendrán miedo, ovejas mías, ustedes son pocos, pero el Padre en su bondad, ha decidido darles el reino» (Luc. 12: 32, DHH).